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El escándalo de las cajas de ahorros

            El goteo de noticias sobre las cajas de ahorros, sobre su transformación en bancos, sobre sus “agujeros” multimillonarios, sobre los cierres o ralentización de las obras sociales, sobre la politización de algunos órganos de gobierno, sobre el cierre de ventanillas para los impositores que pidan créditos, e incluso para aquellos que vayan a retirar su dinero para realizar alguna compra, y tantas otras malas noticias de esta institución catalana tan popular nos llena de tristeza, de tristeza, de indignación y de vergüenza. No a mí, sino a muchos millares de ciudadanos normalmente ahorradores medios y bajos que tenían a las cajas por entidades benefactoras, cercanas al cliente-impositor, sin ánimo de lucro, que te hacían favores que otros –los bancos, muy usureros ellos—no hacían. Y ahora nos enteramos que los directivos de estas cajas quebradas o intervenidas o banquerizadas, han servido para que muchos de sus dirigentes se lucraran abundantemente con el dinero de los clientes y el del Estado que ha tenido que salvarlas. 

            La indignación estrá en las clases medias y bajas, que pedían pequeños préstamos, que tenían pequeños o medianos ahorros depositados en las cajas, que creían casi religiosamente lo que les decía el director de la oficina de turno, que en definitiva confiaba que las cajas no le iban a engañar, que no utilizaban la usura como los bancos. Eran, los clientes, personasv de mediada o avanzada edad que se iban a "confesar" con el responsable de la oficina de la caja para contarle sus problemas familiares, el de sus ahorros, los problemas testamentarios (actuaban las cajas como notarios consejeros, porque los notarios no puieden aconsejar en eso de los testamentos). Todo se ha ido al garete. Ahora cada extracto que recibes de una caja debes vigilar que por algún lado no te hayan cobrado de más, que se han subido  las tarifas de los servicios, que tener una cuenta te puede costar 50 euros al año...

El origen de las cajas de ahorros

            Recordemos que el origen de las  Cajas de Ahorro se remonta en Siglo XV, obra de los franciscanos italianos, quienes siguiendo el espíritu de San Francisco de ayudar a los pobres y librándolos de los prestamistas usureros instituyeron los llamados Montes de Piedad. Estas fueron instituciones que prestaban dinero sin interés alguno a quienes carecían de recursos a cambio de alguna prenda  que ponían en depósito y durante un tiempo determinado. La prenda era devuelta en cuanto se devolvía el dinero. Los más necesitados entonces debían de pagar a los usureros florentinos  y toscanos en general intereses del 20 y 30 por ciento. Por eso nacieron en Perugia, cerca de Asís, y en Florencia en 1462, y por toda la Umbria y la Toscana. Aunque la idea original es de San Francisco de Asís (Siglo XIII) la primera prueba documental de las existencias de Montepíos es del Rey de Castilla, Juan II quien pidió al papa Eugenio IV, en 1431, la aprobación de las asociaciones llamadas Arcas de Misericordia", dirigidas por franciscanos, que recogían dinero o cereales para prestarlos a los más necesitados.

            Según los historiadores franciscanos italianos, los préstamos sin interés alguno crearon los problemas normales que tiene la administración de los depósitos prendarios de los ciudadanos beneficiados, sin ningún ingreso.  Por eso se empezó a cobrar un pequeño interés, que nada tenía ver con los intereses de los banqueros florentinos.

            Estas instituciones se extendieron por toda Europa, y por España en particular, adonde llegaron entre los siglos XVII y XVIII, de la mano de instituciones religiosas o caritativas. Eran y han sido hasta hace muy poco instituciones sin ánimo de lucro, constituidas por entidades religiosas, culturales, fundaciones, diputaciones, con ánimo de ayudar a los que menos tienen. La gran diferencia con los bancos o la actividad bancaria es que sus beneficios iban destinados parcialmente a la Obra Social dedicaba a financiar actividades, instituciones e iniciativas de tipo cultural, de conservación del patrimonio artístico, ayudas sanitarias y a la vejez, llars d’avis, becas de estudio, bibliotecas, actividades deportivas o populares. Fue esta Obra Social lo que hacía que los ahorradores sencillos se vieran atraídos por las cajas, pues veían revertidos sus beneficios en mejoras sociales de su propio entorno, municipio, comarca o provincia. No olvidemos que la primera gran fusión de cajas de Catalunya fueron la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Barcelona, y la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros, cuyos nombres bien indican sus orígenes y sus fines claramente. Esta fusión creó el grupo financiero actual llamado “la Caixa”, que poco o nada tiene que ver con una caja de ahorros tradicional y que es una entidad financiera más ajena a los valores de sus fundadores, aunque tiene una Fundación como la tienen los bancos, destinada a fines sociales, de cuya financiación obtiene fuertes beneficios fiscales.    
            
            La normativa de organización y control de las cajas en España ha sido muy variable, pues cada vez más el Estado necesitaba que estas entidades –que en España recaudaban más del 50 por ciento del ahorros de los españoles— financiar su deuda, lo que implicó recortes a su obra social. La gran banca nunca vio con buenos ojos que las cajas, pues estas no pagaban los impuestos que pagaban ellas, dado que eran entidades sin ánimo de lucro, y revertían sus beneficios en la Obra Social. 

            El final de las cajas llegó en dos momentos precisos: primero fue hacerlas depender de las comunidades autónomas donde tenían su sede social, y ampliar sus consejos y órganos rectores y de control a las instituciones políticas (ayuntamientos, diputaciones, consejos comarcales, comunidades autónomas, etc.), que pronto pasaron a controlar las cajas. Es lo que se llamó la “politización de las cajas”, de las que Catalunya en parte se libró.

            El segundo y fatídico momento fue cuando el Banco de España, encargado de regular las entidades de crédito españolas, dio rienda suelta a la concesión de créditos para la financiación de viviendas e inmuebles en un momento de gran euforia económica, aprovechando la bajada de los tipos de interés, donde parecía que se vendían duros a cuatro pesetas.

El cambio de cajas por bancos

            Cuando empezó la  crisis económica actual, hacia el 2008-2009, y ante la crisis de liquidez que tenían las entidades financieras por las excesivas alegrías en concesiones de créditos e hipotecas de años anteriores cuyo retorno empezaba a flaquear, se vieron abocadas a actuar como los usureros florentinos del Siglo XIV en Italia, es decir trastocaron radicalmente su función primigenia de ayudar a los pobres, de ser entidades caritativas a ser entidades que echaban de sus viviendas a los que no pagaban las hipotecas y les quitaban los coches cuando se dejaba de pagar algún recibo, o se cobraban intereses y comisiones que iban del 20, 30 y hasta el 100 por 100 anual, en descubiertos en las cuentas corrientes.  
            
          En otras palabras, las cajas hacían de bancos, y miraban de reojo a los clientes que habían ido a abrir una cuenta en otra caja o en un banco. Los directores de oficina eran presionados fuertemente por los altos directivos de las cajas para recaudar más pasivo u obtener pingües beneficios cada vez más elevados de su oficina. Todo ello conducía –conduce hoy-- a que la amabilidad de las cajas se troncó en hosquedad para el pobre que tenía una pequeña cuenta corriente a la que cobraban –y cobran—un sinfín de comisiones para mantenerla o para cada movimiento que realiza. El otro decía me comentaba un amigo: “Vete con cuidado si pasas por delante de una oficina de alguna caja. Mantén las distancias, porque si al pasar ya se han abierto las puertas automáticas, ya te han cobrado comisión por ‘pisar suelo soberano’”.
           
             En definitiva, ha habido una degradación en el trato económico al cliente hasta el punto de que se han cambiado los fines por los cuales nacieron las cajas, al amparo de los montes de piedad: ayudar a los pobres que no podían pagar altos tipos de interés, ni comisiones. Es muy lamentable que se haya llegado aquí debido a que muchos directivos de cajas estaban más preocupados en hacer la competencia a los bancos que a su propia labor a favor de su territorio.
            
             Pero no acaba aquí este culebrón. Lo peor de todo, lo que ha causado ya indignación popular, es el escándalo que han protagonizado los directivos de las cajas de ahorro, los cuales no solo gozan de salarios más altos que los del presidente de la General Motors, sino que además han suscrito planes de pensiones multimillonarios, han obtenido créditos a un bajísimo tipo de interés para arreglar sus casas, comprar unas nuevas o simplemente invertirlos directamente en el bolsillo propio. Estos administradores del dinero ajeno, del dinero de los impositores o clientes de las cajas, primero, y del dinero público que ha acudido a rescatarlas, después, se han lucrado de modo vergonzante  con nuestro dinero. No hay dinero para comprar viviendas, no hay dinero para las empresas, para los autónomos, para los particulares, pues el poco que hay ha ido a los bolsillos de quienes administran estas entidades con fondos que sonde la gente, del pueblo. Y como periodista estoy cansado de oír repetir a los dirigentes alabar los “fines fundacionales” de sus instituciones. Pero ahora resulta que los beneficiarios, “pobres y necesitados” de las originarias cajas y montepíos –que recibían dinero sin apenas interés— se han transformado hoy en los multimillonarios dirigentes de los mismos.  El final todos lo sabemos. Han muerto las cajas y los montepíos.

           Esto es una vergüenza para quienes han actuado sin escrúpulos. Tal vez no hay en el Código Penal ninguna norma que castigue tales conductas, pero nadie negará que son conductas moralmente escandalosas y condenables. Vamos, es “para correrlos a gorrazos o a tomatazos”, como decía Alfonso Guerra. Si el Gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, fuera una persona normal que se dedicara con diligencia a su oficio, cosa que no hace porque ha permitido estos desmanes, inhabilitaría de por vida a tan malos gestores de las cajas. Hasta ahora, nada de nada, o mejor dicho, la impunidad es lo que impera y muchos ciudadanos están con el agua al cuello esperando poder pagar la hipoteca del próximo mes. Esto es una grandísima inmoralidad y una vergüenza. Esperemos que el actual Gobierno establezca responsabilidades a cuantos han dejado desplumada la institución de la que eran total o parcialmente responsables y han actuado en beneficio propio, beneficios fiscales incluidos.

Salvador Aragonés
Periodista y profesor de la UIC
Barcelona, 3 de Enero de 2012

Comentarios

  1. Salvador, comparto casi todos los extremos de tu entrada, salvo la de no señalar y concretar o, dicho de otro modo, no hacer excepciones entre las cajas catalanas a las que haces referencia. He trabajado toda mi vida en "la Caixa" (lo que ahora es Caixabank); parte de ella en los servicios de auditoría como inspector de la red de oficinas y otra buena parte, como directivo en la propia red.
    Ahora, ya jubilado, podría decir, sin complejos, todo lo que de malo hubiera visto en esta Entidad a lo largo de toda una vida como profesional en el mundo financiero.
    Dicho esto, y bajo mi punto de vista, Caixabank ha sido la Entidad Financiera Catalana menos contaminada políticamente, mejor gestionada financieramente, avanzándose siempre a los acontecimientos con un par de años de antelación , con un criterio en la gestión del crédito que de haberse aplicado en LAS RESTANTES ENTIDADES DEL SISTEMA, OTRO GALLO CANTARÍA.
    La Entidad para la que he trabajado siempre ha padecido, sobre todo en los últimos años, que el Banco de España no hiciera lo que tú en tu entrada tampoco has hecho: Señalar, separar y sancionar. Todo el mundo, todos los ciudadanos hubieran tenido claro donde se hacía una buena gestión y donde se robaba, literalmente, al impositor. En las ceremonias de la confusión que tú, posiblemente sin intención, generas con mezclar y no distinguir entre todas las Cajas, favoreces, sin duda, los intereses de las mal gestionadas, ocultando un matiz a la opinión pública que, de haber sabido detalles más precisos sobre las diferencias en la gestión de sus ahorros, hubiera tomado decisiones mucho más acertadas. Esa falta de definición por parte de los organismos reguladores como el Banco de España, lo hemos padecido los directivos de una Entidad caracterizada históricamente por su criterio prudente, acertado y conservador, que sabíamos donde estaba el problema y veíamos impotentes cómo entidades intervenidas por el FROB, nos hacían la competencia con intereses que nuestra Entidad, en buena lógica y sentido común, se negó siempre a asumir para mantener a su clientela.
    Mezclar churras y merinas, siempre favorece a las churras, jamás a las merinas ni a los que tienen que escoger la buena lana.

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  2. Naturalmente que hay que distinguir. En un artículo de tipo general no se pueden hacer muchas distinciones. Recuerdo a La Caxia de las Primas Únicas, y los que protestan por sentirse engañados al entregar su dinero que pensaban sería "líquido". En estos casos se cambia el director de la oficina y la respuesta es "yo no estaba cuando hacía la operación".
    No todas las cajas han hecho las porácticas que se indican en el artículo, pero lo cierto es que el objetivo social de cuando se fundaron las cajas se ha perdido completamente y en los últimos 15-10 años han actuado como bancos, con una dejadez de lo social impresionante, lejos de sus orígenes fundacionales.

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