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La crisis del euro. ¿Y si nos salimos del euro?

Por Salvador Aragonés                                                                                                             Periodista y profesor de la UIC
El pasado jueves día 1 de diciembre, exactamente un mes después de que Georges Panadreu anunciara un referéndum en Grecia sobre su permanencia en el euro a manera de un órdago como quien juega al mus, un catalán eurodiputado del grupo Liberal, Ramon Tremosa, defendió el Informe sobre el Euro y el Banco Central Europeo ante la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo.
Este informe ha sido presentado poco después de la “caída” de tres gobiernos: el griego del socialista Papandreu, el italiano del centroderechista Silvio  Berlusconi, y el del socialista Zapatero que no pudo acabar la legislatura, vencido en las urnas con una abultada mayoría del centroderecha.
También el Informe viene después de una reunión del ECOFIN (los ministros de economía y finanzas de los países de la Unión Europea y del Euro en particular) y pocos días antes de la reunión del Consejo de Europa, la última bajo presidencia polaca en este semestre (9 de diciembre), y también tras la reunión del G-20 en Cannes y tras numerosos encuentros entre la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy, con el fin de salvar al euro.
El Informe presentado por Tremosa al Parlamento europeo  expone los problemas esenciales que tiene el euro y en consecuencia la deuda soberana y privada de los países del euro. Según el Informe, estos son los problemas: 
1.- El primer problema está en la falta de una autoridad monetaria única en Europa, pues el Banco Central Europeo (BCE) no ejerce una labor “fiscalizadora” que no le corresponde, pues su principal misión es evitar la inflación. Para ello, si es necesario, se cambia el Tratado de la Unión Europea.
2.- Necesidad de un Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) con derecho a adquirir deuda pública en el mercado secundario, sin que la obligación de comprar deuda recaiga solo sobre el BCE.
3.- Mayor transparencia del BCE, de modo que proporcione más información de forma periódica y pública “acerca de los flujos entre los bancos centrales de la zona euro”. Más transparencia del BCE “respecto a la calidad y la cantidad de los valores que mantiene”.
4.-  Un rápido aumento del “coeficiente de apalancamiento del BCE, determinado por su capital y sus reservas en relación con sus activos”. Este apalancamiento es superior en el BCE que en otros bancos centrales como la Reserva Federal USA y el Banco de Inglaterra. Cada euro del BCE tiene 30 euros de deuda. En Suecia es de uno a cuatro. La ratio del BCE debe bajar drásticamente.
5.- Denunciar que el Eurosistema “se ha negado a divulgar el método empleado paras determinar el precio teórico de los activos deteriorados aceptados para sus operaciones de liquidez en el marco del programa de apoyo reforzado al crédito”.
El informe, largo y consensuado entre todos los grupos parlamentarios, no esconde su decepción y crítica, de la gestión de Jean-Claude Trichet, el anterior presidente del BCE. Trichet defendió los intereses de Francia muy particularmente en el caso de Grecia, donde Francia y Alemania tienen buena parte de la deuda. Cuando vino el cambio de mandato de Trichet por el nuevo presidente Draghi, precisamente el 1 de noviembre pasado (fijarse en las fechas), Papandreu lanzó su órdago pidiendo un referéndum, amenazando a Draghi para que o continuaran las ayudas “descontroladas” del BCE a Grecia (de modo que Grecia no aplicara las medidas de ajuste pedidas al considerarlas demasiado duras). A Papandreu le costó el puesto, porque su amenaza fue hizo temblar el futuro del euro.
Lo mismo pasó con Italia, cuyo presidente, el histriónico Silvio Berlusconi, prometió reformas como la supresión de provincias, municipios y no sé cuántos organismos más, pero cuando llegaron los fondos europeos prometidos a Italia a cambio de las reformas, estos actuaron como balsámicos, igual que Grecia, y Berlusconi se olvidó de lo que había prometido. No era un hombre de fiar, como no lo era Papandreu. Y lo mismo puede decirse de España, donde Zapatero aceptó unas reformas, claramente insuficientes, tanto en el ámbito laboral como en el ámbito de control de las entidades financieras, y en los ajustes y adelgazamiento del sector público. Hizo algo, pero no lo hizo todo, se quedó a medias.
O sear que los unos por ideología (la socialista) y el otro por frivolidad, no pudieron hacer sus “deberes” impuestos por quienes pagan las facturas de su Estado del Bienestar, Alemania y Francia. El problema fundamental de estos países, los llamados periféricos o PIIGS (iniciales de Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España –Spain-), es que no tienen conciencia a nivel de sus opiniones públicas –y de los políticos-- de lo que significa estar en una moneda única y viven inmersos en una política cortoplacista y de pequeña volada.  
¿Y si España abandonara el euro? Es la pregunta que hoy muchos de la calle se hacen. Sería la felicidad para los sindicatos y para Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya, pero nos conducirían a la ruina. Como a la ruina fueron los llamados países “socialistas” del Este de Europa: murieron, como diría el castizo, de un “hartazgo de bienestar”.
Si España no estuviera en el euro, la primera medida que debería tomar Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, es la devaluación de la peseta en un 30 por ciento, al menos y de momento. Esto significaría que los sueldos -su poder adquisitivo con relación a los otros países europeos- se reducirían un 30 por ciento, pero la gente no lo notaría de la noche a la mañana y todos aplaudirían la devaluación “como medida técnicamente necesaria y obligada”. Como hizo Felipe González cuando llegó a la presidencia del Gobierno en 1982 y no estábamos en el euro. Y sin embargo, decir hoy que los sueldos de algunos colectivos deberán bajar entre un 2 y un 5 por ciento, clama al cielo. ¿Por qué?  Porque no se han explicado bien a la opinión española las ventajas de pertenecer al club de países del euro, los de primera división, y preferimos que nos reduzcan el salario a través de la inflación sin lo notemos ya en la nómina del mes siguiente. Hoy, dentro del euro, el gobierno español está “linkado”, enganchado, con los países miembros del euro y su economía debe caminar “al paso de Europa” y no “a nuestro paso” (con la peseta habría devaluaciones, pérdida de competitividad y desconfianza para nuestra economía).
Claro que para el turismo sería genial, porque con precios baratos vendrían turistas… de alpargata. Esto es tener una visión muy cortoplacista, porque en muy pocos años, tendríamos una economía tercermundista sin darnos cuenta.
La solución por lo tanto no es salirse del euro, que nos empobrecerá a la larga, sino apretarnos el cinturón hoy y levantar una economía productiva competitiva al lado de las economías mejores del mundo. Si salimos del euro, los propios países europeos no nos venderían nada en pesetas, porque nuestra moneda valdría cada vez menos en el mercado internacional de divisas. No sería una moneda fuerte. Sería como el valor de los pisos: cada vez más por los suelos.  
Sobre el euro no se ha hecho pedagogía por parte de los políticos y medios de comunicación y parece que aquí solo alemanes y franceses (más los alemanes que los franceses), nos dicen lo que tenemos que hacer. No es verdad. Ellos no quieren pagar nuestros derroches en número de  funcionarios, en televisiones autonómicas, en auditorios sin música ni conciertos, en líneas de tren de alta velocidad en las que no viaja casi nadie, en aeropuertos  subvencionados por el erario público porque encima de ellos no vuelan más que pájaros y gaviotas pero no viaja ni su padre, en universidades con facultades completamente vacías de alumnos y repletas de profesores, aulas e instalaciones, en duplicidades en las administraciones (cinco niveles de administraciones y faltan todavía las veguerías) y un largo etcétera. Esta factura que España presenta a Europa no la quieren pagar ni alemanes ni franceses. Y es normal, que nadie se escandalice. Ahora, volver al pasado de la peseta, cuando tanto ha costado entrar en Europa, es “africanizarse”, es demostrar definitivamente que Europa empieza en los Pirineos, y que todos los esfuerzos realizados hasta ahora por las dos generaciones españolas anteriores, no han servido de nada. Ya lo dicen hoy en Bruselas, en París y en Berlín: “África empieza en los Pirineos”. El reto es demostrar que no es así.
Volvamos al euro. ¿Por qué está en crisis? Porque los principales operadores económicos mundiales –esos que llaman “mercados”—no creen en el futuro del euro, porque nosotros sólo sabemos endeudarnos sin  crear riqueza. Las grandes masas de dinero (fondos de pensiones, activos financieros varios, de países como Italia y España, se han fugado a zonas al reparo del euro “débil” -en países crónicamente endeudados-, y se han ido a Londres y New York, y los griegos tienen fortunas amasadas en Alemania. ¿Cómo es posible pensar que baje la cuota de riesgo de la deuda española si los operadores del propio país buscan el reparo de su dinero en otras monedas? ¡Seamos realistas! Estos inversores no creen en el futuro del euro en los países periféricos a menos que estos tomen medidas. El dinero –los mercados—no vienen por Real Decreto, sino que van donde encuentran una mayor rentabilidad, y no es rentable comprar deuda española al mismo precio de la alemana, porque es un riesgo alto y no hay confianza en el futuro de la economía española. Es la ley del mercado. Donde el mercado no existía, la ruina llegó irremisiblemente como ocurrió en los países comunistas europeos.
¿Y los bancos? ¿Por qué no prestan dinero los bancos? Sencillamente porque prefieren invertirlo en deuda porque es inversión más segura, pues no confían en nuestra economía. El dinero es más seguro comprando deuda que invertirlo en empresas que lo más probable –piensan—es que no funcionen y el crédito se lo tengan que comer con patatas como ahora muchas hipotecas y créditos.
En consecuencia, habrá que ver si, una vez “eliminados los obstáculos” que impedían una economía más racional en los países PIIGS, es decir una vez se han ido los Papandreu, Berlusconi y Zapatero, sus sucesores, entre ellos los Mario Monti, los Lukas Papadimos y los Mariano Rajoy, tienen más acierto en sus diagnósticos y sus remedios y las autoridades de los países europeos aciertan en hacer “más Europa”, una mayor cohesión no sólo financiera, sino política, con una autoridad monetaria única, con un BCE que no solo controle la inflación (comprensible para los alemanes) y con un avance substancial en la armonización fiscal, que tanta pereza produce a los gobernantes.   
Salvador Aragonés

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