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Catalunya pierde una de sus instituciones más emblemáticas: las cajas

Catalunya ha perdido, o pierde—es cuestión de meses—una de las instituciones más cercanas al pueblo y más sociales, como son las cajas de ahorro. La gran mayoría –casi todas—eran entidades de ahorro más que centenarias, creadas precisamente para dar un servicio y un contenido social al ahorro de las familias del país. Así lo quisieron sus fundadores, ya sean públicos o privados, que querían reinvertir entre sus gentes el ahorro recibido.

El catalán medio iba a las cajas porque confiaban en ellas, no sólo por tener cerca los órganos de gestión centrales, sino porque sabía porque era atendido como persona singular, como familia singular, con nombre y apellidos, de la casa tal y cual. La gente no iba a los grandes bancos, porque eran despersonalizados, jugaban más al gran capital y no al ahorro. Las cajas tenían sus libretas, sus imposiciones fijas, y todos se fiaban de ellas. Esto se ha perdido. Se ha perdido la confianza elemento esencial para una entidad de ahorro. El ahorro hoy tiene otro significado por el catalán medio, pues sabe que su ahorro no irá a beneficiar la Obra Social que tenían las cajas y que revertían sobre sus comarcas o su propio territorio.

Dicen las cajas –lo dirán hasta la saciedad—que no desaparece la Obra Social, ¡Claro que no! Le llamarán igual, pero será otra cosa. Al igual que los bancos tienen sus fundaciones donde desgravar sus impuestos, lo mismo pasará con los bancos que surjan de las cajas unidas o banquerizadas. Ya no será lo mismo, porque el territorio no será el mismo, y porque los fines serán el negocio financiero puro y duro, en competencia con las demás entidades bancarias, si no acaban siendo absorbidas por los grandes bancos que es muy probable.

Se dirá, y es cierto, que los tiempos han cambiado, que no era “sostenible” mantener las cajas en sus dimensiones actuales en unos mercados financieros globalizados, hasta el punto que sólo se ha salvado la Caja Grande, La Caixa de Pensions. Sin embargo, hay que preguntarse por qué antes de tiempo las cajas jugaban a ser bancos, en competencia con ellos, asumiendo riesgos incompatibles con sus recursos propios, como el caso del desmadre (con perdón) en la concesión de hipotecas, en pisos y viviendas de primera, segunda y hasta tercera residencia. ¡Qué disparate!

Personalmente he asistido durante muchos años en la presentación de resultados de las cajas de ahorro catalanas –y también de bancos—y el trato con ellas siempre ha sido cordial. En los últimos cuatro o cinco años, los periodistas ya comentábamos en estas ruedas de prensa del peligro de la burbuja inmobiliaria que ponía en grave riesgo, si no en peligro de muerte, a algunas cajas. Recuerdo hace tres años en una conversación con Josep Vilarasau, entonces presidente de la Fundación “La Caixa” y tras haber dejado ya sus responsabilidades ejecutivas de la entidad a Isidre Fainé.

Le dije que todo el lío financiero que se inició en Estados Unidos tiene en España muchas “subprime”, o sea hipotecas basadas en una sobrevaloración de los activos. El siempre había creído en el negocio inmobiliario, porque su experiencia –decía—es que las piedras o los inmuebles no bajan en nuestro país, sino que van subiendo. Me dijo que no había que confundir “riesgo” con “agujero”, y cambió rapidísimamente de conversación. Era el año 2008.

Un joven dirigente de una caja un día, tras mis insistencias, me tomó aparte y me dijo: “haces bien al juzgar las cajas por el valor de los activos que tienen, pero nos conviene más hablar de los pasivos y del volumen (no cualidad) de los créditos e hipotecas que concedemos y de cómo crecen... y de los beneficios”. Tanto han crecido que han cogido un empacho de muerte.

Claro que en el trato con los directivos de las cajas ellos de cían estar tranquilos porque el Banco de España les aprobaba las cuentas y seguían las prescripciones de éste. Tenían razón. El Banco de España es el encargado de vigilar por el correcto funcionamiento del sistema financiero español. El Sentido común me decía, de todas maneras, y lo manifestaba, que era imposible que con los sueldos que pagan las empresas el mercado español puede engullir 700.000 viviendas anuales, número superior a las que construían Francia y Alemania juntas (tres veces la población española). Un día vino el presidente del Gobierno, José María Aznar, y dijo en Barcelona, ante un millar de empresarios, que “si el mercado absorbe 700.000 viviendas es porque puede pagarlas”. A los dos años vino el candidato José Luis Rodríguez Zapatero en el mismo foro y dijo que él bajará el precio de las viviendas, a fin de que los jóvenes tengan acceso a una vivienda digna a un precio asequible. Después escuché a los jóvenes periodistas. “cuando venga Zapatero compraremos una vivienda”. Y como uno peina alguna cana pensó: ¡qué ilusos! (de hecho hoy siguen buscando una vivienda de alquiler más barata de la que tienen).

En otras palabras, la crisis financiera (recordemos que para el presidente Zapatero el sistema financiero español era el más sano del mundo hace dos años) se ha llevado por delante a las cajas realmente populares, a las que estaban cercanas a la gente, en las que la gente depositaba sus ahorros que veían en parte invertidos en patrocinar las carreras ciclistas del pueblo, fiestas populares, premios a distintos concursos artísticos, deportivos y culturales, etc. “Eso va a continuar”, dicen los rectores actuales de las cajas. Y yo les digo. “¡Pero si vosotros ya no estaréis, y todo se decidirá desde órganos de gobierno la mayoría de los cuales estarán en Madrid, y el más cercano en Barcelona!”. Que no nos tomen más el pelo.

Dice la vicepresidenta Salgado que tapar el agujero de las cajas costará a todos los españoles 20.000 millones. Sale el comisario de Bruselas, Joaquín Almunia, que sabe mucho, y dice que “costará mucho más” (luego se retractó tras recibir una llamada de Madrid y… otra de Santander, para que no alborotara el gallinero que son hoy los mercados bursátiles). ¿Y nadie va a exigir responsabilidades al Banco de España y a algunos gestores?

Esta crisis ha sorprendido a mucha gente, porque ni las autoridades políticas, ni las financieras, ni la prensa, ni nadie alertó de lo que se avecinaba en nuestro país. Iba de boca en boca, pero nadie lo decía abiertamente. Es una lástima. En Catalunya, o con sede en Catalunya, al menos quedarán dos grandes bancos: CaixaBank –La Caixa—y Banc de Sabadell. Pero ya no será lo mismo: faltará la proximidad para el ahorrador.
Salvador Aragonés

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