La crisis del socialismo catalán.
La crisis del socialismo catalán hace tiempo que se viene fraguando, especialmente cuando José Montilla y el PSC decidió se hizo con la Presidencia de la Generalitat sobre la base del tripartito, cuyo desastre culminó con la reedición del mismo tres años después (2006), tras destronar a Maragall y colocarse Montilla en su lugar. Un hombre de Córdoba, inmigrante, que saca pecho defendiendo las esencias identitarias de Catalunya, suena raro. Y que haya echado a Maragall, también suena a raro. Que se haya enfrentado a Zapatero y a la plana mayor del PSOE, cada vez más raro. Al final, como se ha visto, la sinfonía electoral fue la desafección de sus propios seguidores, salvándose sólo su feudo de Cornellà.
La crisis del tripartito tiene su origen en las políticas tacticistas y cortoplacistas del equipo de Montilla. En el año 2001 había que derrotar a Aznar y a Pujol, al PP y a CiU. Dado que estos partidos pactaron para la gobernabilidad de España y de Catalunya, y Pujol se comprometió a no revisar el Estatut a lo largo de toda la legislatura (1999-2003). Montilla y el PSC enarbolaron la bandera de “más catalanismo”, exigiendo un nuevo Estatut para romper la alianza PP-CiU, y buscarse como aliado a la independentista Esquerra Republicana, condición “sine qua non” para poder formar gobierno en la Generalitat. La formación nacionalista se vio acorralada. La gran promesa de Maragall fue un nuevo Estatut, con el fin de que Catalunya fuera “más Estado”, “más Nación” y “menos España”. Zapatero lo avaló y CiU, ya en manos de Artur Mas, tuvo que dar dos pasos más allá para pedir el “derecho a decidir” y mantener después una postura firme y más avanzada que el PSC en la articulación del nuevo Estatut.
Las bases del PSC empezaron a molestarse, y los 1.183.000 votos del año 1999, pasó a 1.031.000 en 2003 (primera señal de alarma) con Maragall frente a Mas, y con Montilla el voto socialista bajó a menos de 800.000 votos (796.173, segunda señal de alarma ya grave) y en el 2010 bajó a 570.000 votos, con una pérdida en 11 años de la mitad de sus votantes. La estrategia socialista que comenzó por “más nacionalismo” para derrotar el pacto CiU-PP, acabó nuevamente con una estruendosa derrota socialista, por tropezar dos veces con la misma piedra. Joan Raventós quiso “competir” en nacionalismo con Jordi Pujol, y lo que consiguió fue dar a éste el gobierno de la Generalitat. Luego quiso, desde la oposición, ser más nacionalista aún y asistimos a la votación de una ley, declarada anticonstitucional, sobre la supresión de las diputaciones. Obiols quiso resucitar el catalanismo, pero no pudo un Pujol muy activo y dueño del poder en Catalunya. Se estrelló tres veces, incluso cuando amagó que Pujol era demasiado nacionalista (a Obiols nadie le creyó en fase no catalanista). Vale a decir que el PSC se ha comportado como una “familia” y, salvo el congreso de Sitges, no se han evidenciado desacuerdos de fondo en sus filas.
¿Y ahora qué? ¿Va a ser el derrotado Montilla quien va a liderar su sucesión? ¿Con qué fuerza moral? ¿No sería mejor que Montilla dejara la dirección del partido, ya, y celebrar un congreso dentro de un mes o mes y medio? ¿No convendría sentar las bases de un socialismo más del Siglo XXI que no el “casposo” del Siglo XIX, obrerista, ideológicamente marxista y revolucionario, que predica la “defensa de los trabajadores” cuando los trabajadores hoy representan el 90 por ciento de la población? ¿No sería mejor que dejara de obstinarse en crear un nuevo “modelo moral del hombre y de la familia” rechazando cualquier credo religioso? ¿Verdad que son las familias sencillas las que tienen más arraigadas las creencias religiosas, que creen en el más allá, en Dios, en la Virgen, en el amor entre los hombres?
Así, pues, no hay sólo dos almas socialistas, la catalanista y la no catalanista, sino el alma que se reclama al marxismo y la del libre mercado, el alma atea, de los sin Dios (Dios ha muerto) frente al alma creyente en Dios y en el más allá. Por lo tanto hay seis almas en el socialismo catalán.
Salvador Aragonés
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