No es bueno tener un Rey, aunque emérito, errante por el mundo.
La crisis que está
sufriendo la Monarquía de España, a causa de la censurable conducta del rey
emérito, Juan Carlos I, afecta a un pilar fundamental de la estructura del
Estado, del Estado surgido en 1979, tras la dictadura del general Franco. Afecta,
pues, a una estructura fundamental de nuestra democracia.
Las acusaciones que se
hacen a Juan Carlos por su conducta personal, no solo en el ámbito de su
comportamiento con la familia, sino en el ámbito de un enriquecimiento
probablemente ilícito, no solo afectan a “una persona, pero no a la Institución
Monárquica”, como dijo el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, sino que
afectan a la Corona, porque los reyes eméritos forman parte de la Familia Real.
La institución monárquica
tiene como fundamento a una familia, la cual posee los derechos dinásticos para
reinar donde le corresponda. La mala conducta de un miembro de la familia
afecta a toda la familia, porque la Institución es La Familia. Por lo tanto, la
gravedad de los hechos a los que se acusa al rey emérito enturbia a la Corona, es
decir a la Jefatura del Estado Español. Por otro lado, no parece positivo para
nadie tener un Rey, aunque emérito, errante por el mundo.
¿Qué importa que el rey
Felipe VI sea un rey ejemplar en su conducta? La conducta de su padre lo ha
salpicado. No ha faltado quien, rápidamente, a río revuelto ha querido pescar
ganancias, como los de Podemos: es el momento de la República en España, una
república plurinacional. O de los independentistas catalanes, más vulgares,
entre otros. Republicanos siempre los ha habido en España, pero nunca sabremos
de qué república se trata.
Pero la salida de Juan
Carlos no puede desestabilizar a un gobierno, que es de coalición, para
conducirnos a unas elecciones (¿Constituyentes?) para no se sabe lo qué, en
medio de una grave crisis económica que llega, consecuencia de una pandemia que
todavía está muy viva. Podría llevar también el fraccionamiento de España.
Así lo ha entendido el
presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y quienes lo han asesorado. Y sobre
todo lo ha entendido el rey Felipe VI, tras proclamar desde el inicio de su
reinado que la honestidad, el espíritu de servicio y la austeridad deben presidir
los actos de la nueva monarquía y ha sabido convencer a su padre que se vaya de
España, al menos “momentáneamente”, pero nadie espera su vuelta. El rey Felipe
ha tenido que sufrir su particular 23-F, aunque sin sables ni guardias civiles
Ahora todos reconocen lo
que ha tenido que sufrir la reina Sofía en su largo matrimonio con el rey
emérito y no solo por sus infidelidades. Pero ella nunca ha perdido la sonrisa.
Es un a mujer que ha sabido estar en todo momento donde le tocaba, a las duras
y a las maduras. Es una Reina.
Para decirlo en breve:
tanto el rey Felipe V como el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, han
actuado como auténticos hombres de Estado. De no ser así hoy viviríamos junto a
la pandemia y a las puertas de una gran crisis económica que afectará a
millones de hogares, una revuelta política que nos llevaría Dios sabe dónde.
Porque no es la república
la que hace más democrático un país, pues hay repúblicas muy dictatoriales por
el mundo, ni es la monarquía una cosa del pasado cuando hay más de 40
monarquías en el mundo, ocho de las cuales en Europa cuyos países gozan de
sistemas muy democráticos. No son los sistemas políticos los que los que hacen
más feliz a un pueblo, sino las personas que lo dirigen y el pueblo que los
apoya.
Hemos visto que se ha
mantenido la estabilidad de las instituciones. Y esto gracias a una firme
declaración del presidente Sánchez que, a pesar de dirigir un partido de
corazón republicano, ha sabido ser pragmático en las decisiones fundamentales:
ha optado por mantener el pacto constitucional del 1979.
No había otra fórmula,
porque en las Cortes, Congreso y Senado, no hay mayoría suficiente de tres
quintos para reformar la constitución y por lo tanto la forma de gobierno.
De hecho, nadie quería
una España revuelta y desequilibrada, ni los países europeos (Francia y
Alemania en particular), ni los Estados Unidos, en la parte exterior. Y en la
parte del interior ha actuado el PSOE como siempre desde la caída de la
dictadura, es decir con sentido común y sentido de Estado.
¿Cómo se ha gestionado
todo? La respuesta es clara: dentro de las instituciones. Las noticias sobre
Juan Carlos eran cada vez más escandalosas, jugando un papel principal Corinna
Larsen, encausada por la justicia en Suiza, y el encarcelado Comisario
Villarejo. La degradación que sufría la Corona era evidente cada día y tenían
que ser el rey Felipe con su padre, el rey emérito Juan Carlos, quienes debían
resolver la situación de este último. Pedro Sánchez no ha intervenido personalmente
en la decisión de Juan Carlos porque no corresponde al presidente del Gobierno
resolver las crisis de la Corona, aunque era obligado informarle de todo e
incluso conocer su opinión. Hubo opacidad con relación a la marcha de Juan
Carlos, cuyo aforamiento es discutible.
Como periodista confieso
mi parte de culpa: la Casa del Rey fue inviolable durante décadas. Nadie decía
nada, y solo se escuchaban rumores sobre la conducta del rey Juan Carlos a las
que se calificaba de “borbonear”. Si los medios de comunicación, los
políticos y otras instancias civiles, económicas y sociales hubieran aireado lo
que se daba por casi seguro, la conducta de Juan Carlos no hubiera tenido estas
desviaciones.
¿Cuál es la solución? Un
Estatuto de la Casa Real aprobado por las Cortes, Congreso y Senado, con
mayoría cualificada.
Si se me permite un paréntesis,
fue el Diari de Tarragona el primero que publicó, en una crónica,
firmada por el que suscribe este artículo, la abdicación del rey Juan Carlos en
2013. Josep Ramon Correal es testigo. Se perdió demasiado tiempo. La manzana ya
estaba podrida dentro de la Casa Real.
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