Ha llegado el momento de la política, del diálogo, del
entendimiento, de sentar las bases para un devenir y un futuro tranquilos para
Catalunya y para España. Tener un país resquebrajado por una sentencia, con
unos hombres en la cárcel, con un encaje jurídico que rechazan dos millones de
personas, es vivir en la inestabilidad, la zozobra, la inquietud. Faltan las
coordenadas necesarias para dar a la sociedad catalana esa creatividad y empuje
de que hace gala en circunstancia normales. Pero las circunstancias actuales
son anómalas. Y lo seguirán siendo.
Tiene que haber diálogo, y no hace falta que venga alguien de
Suecia o de Bruselas para entendernos. Pero no se trata de un diálogo con
Madrid solamente, sino, muy principalmente, entre los catalanes. La sociedad
está dividida y ninguna de las dos partes aceptará un acuerdo al que ha llegado
solo una de las partes. La solución no está en el palo y tente tieso, ni en ya
nos veremos en los tribunales, ni en el unilateralismo.
Hay, sin embargo, un problema serio para afrontar un diálogo
en profundidad, entre las dos partes, entre el Estado y la Generalitat. En
primer lugar, que haya un gobierno en España. Señor Torra, un gobierno en
funciones no puede dialogar de nada, no tiene capacidad de nada. Otra vez Quim
Torra actuando de activista. Esperemos que después del 10 de diciembre –si no
se aplazan las elecciones, que creo que no—y con un gobierno en España se podrá
ir a un diálogo.
Un nuevo gobierno en España tendrá la confianza de los
ciudadanos para sacar adelante el tema catalán. Pero este tema seguirá
enquistado si no se celebran también elecciones catalanas a fin de que el
dividido gobierno actual, dirigido por un activista que no sabe gobernar, deje
paso a personas de mayor enjundia política.
Las bases del diálogo serían: primero qué hacer con los
presos, y ver las posibilidades que permite la administración penitenciaria
para otorgar permisos y terceros grados; segundo buscar con toda la sociedad
catalana (no solo con los independentistas) el encaje jurídico que se quiera
dar a Catalunya dentro de España, y en su caso si conviene modificar la
Constitución, ya sea para Catalunya o para otros territorios, con un nuevo
encaje del Estado de las autonomías. Esto no es posible si la propuesta
catalana es de solo una parte como pretende Quim Torra.
Toda la oposición, y hasta un editorial de “La Vanguardia”
muy poco dado a estas expresiones, pidió la dimisión del actual presidente de
la Generalitat. Ya la pidieron la semana pasada todos los partidos del
Parlament y Torra recibió la reprimenda de sus socios de gobierno de Esquerra
Republicana. Quim Torra no es ninguna solución: es el problema primero que
conviene despejar para afrontar con seriedad y equilibrio democráticos los
otros temas objeto del diálogo. Torra, después de la sentencia del TS, está
superado. Sigue con el unilateralismo.
Estamos al borde de un fracaso como sociedad y no podemos
permitirnos más zarandeos. La sociedad catalana debe reencontrarse consigo
misma y debería presentar una propuesta política lo más unitaria posible y
decir lo que quiere ser. No gustará a todos. Pero lo cierto es que las cosas no
pueden seguir donde están, ni tampoco seguir pidiendo una autodeterminación cuando
la mitad de los catalanes están en contra. Hay que hallar un punto de
encuentro, y esto no se hace en un mes.
Por lo tanto, no veo ninguna solución mientras no se celebren
elecciones catalanas la próxima primavera.
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