La Diada, sí, una Diada en espera de la sentencia del
“procés”. Después de la sentencia del macro-juicio a los líderes
independentistas, ¿habrá o no elecciones?.
Hace dos años yo estaba en el Parlamento catalán, y lo que
vi fue un claro intento de secesión, si bien también noté que los líderes
sabían a lo que jugaban y no llegaron hasta el final, aunque faltó poquito, muy
poquito. Tanto es así que el President, Carles Puigdemont, tomó la decisión de salir
de España e instalarse en Bruselas (todo estaba pensado), junto con otros
consellers. Otros prefirieron quedarse y esperar estoicamente la decisión de la
justicia española.
Desde entonces empezó una gran propaganda amarilla (lazos en
los balcones de las instituciones, en las carreteras y puentes, en muchas
fachadas de casas privadas, pintados en el suelo y en las carreteras, colgados
en la solapa y un largo etcétera). Se diría que media Catalunya se pintó de
amarillo, hasta en los vestidos y adornos personales.
Eran unos momentos de gran pasión y fervor por una parte de
la población (la mitad) volcada a una independencia que, decían, estaba a la
vuelta de la esquina. Sacaban chispas las redes sociales, también con mucha
desinformación y con nombres falsos que aparecían y desaparecían (los rusos) de
Facebook y Twitter.
Fue cuando la celebración de un pseudo-referéndum (1 de
octubre) que nadie, fuera del mundo independentista y algunos políticos
sueltos, ha reconocido como válido, ni siquiera los “observadores
internacionales” que ellos mismos hicieron venir a Catalunya. Actuaciones
(mamporrazos) de la policía y de la Guardia Civil españoles fueron excesivas y
se creó un clima de animadversión hacia todo lo español.
Las elecciones siguientes de diciembre de 2017, dos meses
después, pusieron las cosas un poco en su sitio y se vio, una vez más, que el
independentismo –que dominaba completamente la calle- no tenía la mayoría
social (votos), aunque sí la mayoría de los escaños en el Parlament, gracias a
un sistema electoral que premiaba –y sigue premiando—al campo y a la pequeña
ciudad frente a la conurbación de Barcelona.
Se vio también, en aquel final de 2017, que el
independentismo no tenía amigos organizados fuera de Catalunya, pues ningún
Estado, ni siquiera el más pequeño estado, reconoció la independencia de
Catalunya ni la apoyó. Por supuesto, la unión Europea, en pleno, le dio la
espalda, al igual que Estados Unidos, América Latina y hasta China (a pesar de
ser el fabricante de las urnas del referéndum) y su influencia asiática.
Después de las elecciones de diciembre de 2017, el
independentismo luchó con denuedo en una batalla judicial y política, y desde
todos sus organismos de dentro y fuera de España lanzó el gobierno catalán una
campaña de descrédito de la democracia española a nivel mundial. Tardaron en
hacer gobierno, y al final, como la fuerza más votada fue la de Puigdemont,
obtuvo la presidencia de la Generalitat en la persona de Quim Torra, que ha
sido más un agitador que un hombre de gobierno.
Se creó la ficción de una república de catalana, con un
Consell de la República y en el Parlament todo lo que se hacía era “por la
república”, para cuando Catalunya fuera independiente. Pero no ha habido
presupuestos, los servicios han bajado en calidad, como han bajado las
inversiones extranjeras. Ya durante la crisis política de 2017 se fueron de
Catalunya más de 3.000 empresas. No ha vuelto prácticamente ninguna. Tampoco
hay noticias de que van a volver. Todo el argumentario político ha sido desde
entonces sobre los presos, los huidos y el juicio sobre el “procés”.
Se ha celebrado el juicio y todo sigue parado hasta que
salga la sentencia. A mediados de octubre, si no hay sentencia, los políticos
que están en la cárcel habrán cumplido la prisión máxima sin sentencia y
deberán ir a sus casas, por lo que la sentencia será antes.
Sobre lo que hay que hacer después de la sentencia, las
voces independentistas son discrepantes, entre Esquerra Republicana (Oriol
Junqueras) y Junts per-Catalunya (Carles Puigdemont-Quim Torra). Los primeros
quieren una convocatoria electoral para que el pueblo se pronuncie y diga quién
y cómo debe gobernarse la Generalitat. Los segundos están claramente en contra:
no han obtenido buenos resultados electorales últimamente y temen perder el
poder que ostentan, entre ellos la presidencia de la Generalitat y Puigdemont
instalado en su residencia en Waterloo, en Bruselas. Mientras ERC es favorable
a pactar con el gobierno central (PSOE) hasta un mejor momento para la
independencia, los segundos quieren seguir la línea del encontronazo con
Madrid, aunque hasta ahora no ha servido para casi nada.
El día 11, la Diada Nacional de Catalunya, los
independentistas se han apoderado de las instituciones y este día es “suyo”.
Por eso, los partidos no independentistas han dicho que no participarán en los
actos públicos, ni en la manifestación general multitudinaria. No ocurría en
años anteriores. División entre el pueblo. Lo han dicho los socialistas del
PSC, los Comunes-Podemos (ni siquiera irá Ada Colau), Ciudadanos y el PP.
Además, los propios independentistas se encuentran divididos y han hecho y
hacen muchos esfuerzos para encontrar la unidad en la manifestación central. Mientras,
la Iglesia, en los púlpitos del domingo ha seguido la consigna de la paz y la
concordia entre los catalanes.
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