Conoce a la primera persona laica del Opus Dei beatificada en Madrid en mayo de 2019
Guadalupe era una mujer normal, sencilla,
alegre, optimista, preocupada por los demás, que vivía entregada a Dios, en su
trabajo y en su vida diaria. Era una de esas mujeres, como dice el papa
Francisco, que puede ser tu vecino “de la puerta de al lado”, o que te la
encuentras en el ascensor.
Esa mujer, madrileña de nacimiento, que “hablaba
con desparpajo, con humildad y con sencillez”, como cuenta su
biógrafa Cristina Abad, en “Libertad de amar”. Fue beatificada el 18 de mayo próximo en Madrid.
Ha sido la primera persona laica de la Prelatura
del Opus Dei en subir a los altares, y precisamente una mujer.
Guadalupe era –es— “una mujer muy cercana, muy actual, con gran sentido del
humor y una persona muy atractiva”.
La beata Guadalupe Ortiz de Landázuri y Fernández de Heredia
nació en 1916, hija de un militar español. Fue a la universidad, en un tiempo
en que en España había muy pocas universitarias (solo el 8,8 por 100).
Estudió Ciencias Químicas y tuvo un novio catalán,
Carlos, al que dejó porque era demasiado tiquismiquis, demasiado
perfeccionista. Ella era una mujer lanzada, muy libre.
Un día, a los 27 años, asistió a misa y al final “se
sintió tocada por la gracia de Dios”.Quería hablar con un sacerdote y al
salir de misa encontró a un amigo de la familia que le dio el teléfono de don
Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei.
Fue a verle. “Yo estrenaba mi primer trabajo… aquella
entrevista fue decisiva en mi vida”, cuenta Guadalupe. “Le dije: creo
que tengo vocación… y el Padre me dijo: eso yo no te lo puedo decir…”.
Después de pensarlo, rezar, sobre todo a la Virgen de
Guadalupe, y arreglar la situación de su madre -que pasó a vivir con su hermano
(el doctor Eduardo Ortiz de Landázuri, que ya se había casado), hizo un retiro
espiritual y pidió la admisión al Opus Dei.
Su padre había muerto fusilado por los republicanos al
comienzo de la guerra civil española. Cuando fue a vivir a un centro del Opus
Dei dijo: “hace dos días que estoy en casa: ¡soy feliz!”.
Había muy pocas mujeres del Opus Dei en 1944. Entonces
comenzó la expansión del Opus Dei por España. Guadalupe fue la directora de la
primera residencia de mujeres universitarias en Madrid: el Colegio mayor
Zurbarán. Viajó también por varias capitales españolas para echar la semilla
del Opus Dei.
El fundador, hoy san Josemaría
Escrivá, la envió a Méjico junto con otras dos mujeres para que iniciara la
labor de mujeres del Opus Dei en ese país.
En Méjico se convirtió en una mexicana más, vestía
como una mexicana, suavizó su acento madrileño, y conoció la cultura de ese
país.
Dejó un rastro imborrable entre las mexicanas, como
demuestra el número de peregrinaciones que acudieron a su beatificación en
Madrid.
En Méjico extendió la labor del Opus Dei en la capital
y también en Culiacán, Monterrey y Tacámbaro. Impulsó centros de
formación cultural y profesional para las campesinas que vivían en las zonas
montañosas y aisladas del país que carecían incluso de instrucción
básica.
Guadalupe puso en marcha un dispensario
ambulante con la ayuda de una amiga médico.
Para alcanzar aquellos pueblos, Guadalupe iba a
lomos de una mula, afrontando los riesgos de posibles bandoleros. Para los
habitantes de aquellas montañas la vida no valía gran cosa. Le
ofrecieron llevar una pistola como protección.
Guadalupe la rechazó por temor a usarla presa del
pánico. No usaría armas de fuego. Aceptó sin embargo un cuchillo, por si
hubiera que “luchar cuerpo a cuerpo”.
El trabajo apostólico en Méjico fue de mucha fe y
mucho amor a las personas. Su obra más grande consistió en la reconstrucción de
Santa Clara de Montefalco, una antigua hacienda arruinada en el estado de
Morelos.
Puso en marcha una granja-escuela para la mujer, una
escuela de enseñanza primaria y secundaria, un taller de confección, una
escuela de alfabetización y una escuela hotelerapara mejorar la vida de las mujeres en la zona.
En Méjico, se hizo amiga exiliados republicanos
españoles. Ella ya perdonódesde el principio a los
que mataron a su padre.
Conoció a la poetisa Ernestina Champourcín, esposa de
Juan José Domenchina, que fue secretario particular de Manuel Azaña (presidente
de la República cuando fusilaron a su padre).
Su marido se encontraba muy grave de salud y le pidió
un sacerdote que le atendiera espiritualmente, pues había vivido muy alejado de
la Iglesia. Se hicieron muy amigas y Ernestina acabó pidiendo la admisión al
Opus Dei.
Después de seis años pasados en Méjico, Guadalupe fue
llamada por san Josemaría para que trabajara en el gobierno central de las
mujeres del Opus Dei en Roma.
Dejó retazos de su corazón en México, pero se fue con
mucha alegría a Roma. Allí empezó a encontrarse mal del corazón, tal
vez a causa de la picadura de un animal en México.
Le aconsejaron que mejor le fuera el clima de Madrid.
Se fue a Madrid. Era el año 1958. Continuó sin embargo enferma a
temporadas y le practicaron algunas operaciones.
En Madrid dio clases de Química en el Instituto Ramiro
de Maeztu y en la Escuela de mujeres de Maestría Industrial. Obtuvo el
doctorado en Ciencias Químicas.
A partir de 1970 empezó a empeorar. Fue tratada en la
Clínica Universitaria de la Universidad de Navarra, del Opus Dei. Allí estaba
su hermano Eduardo, catedrático de Medicina, y también coincidió con su madre
al final de su vida.
Empezó el verano del 1975. El 26 de junio falleció en
Roma san Josemaría. Tres semanas después, el día de la fiesta de la Virgen del
Carmen, el 16 de julio, entregó su alma a Dios Guadalupe Ortiz de Landázuri.
Tenía 58 años. Una semana después murió su madre en el mismo centro sanitario
de Navarra.
En su vida esparció amor a Dios y a los demás
y una gran libertad. Vivió con alegría siempre la entrega a Dios, y vivió con
heroísmo, según constata la Santa Sede, las virtudes cristianas. Reconocía sus
errores y rectificaba, una y otra vez.
La santidad de Guadalupe hizo brotar mucha devoción. Curó
de un cáncer junto al ojo a Antonio Sedano, de Barcelona. Antonio
tenía este cáncer y pidió la curación a Dios por la intercesión de Guadalupe.
El día que tenía que operarse en el Hospital Clínico de su ciudad, se levantó y
nada tenía en el ojo.
No fue a operarse y le llamaron del hospital para
recordarle su cita, y él dijo que no tenía nada de qué operarse. Fue de todos modos al
Hospital y vieron que estaba curado y que no había una explicación científica.
Como si nada hubiera tenido. Se validó el milagro en poco tiempo, y valió para
que el papa Francisco decretara su beatificación.
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