El inicio de la campaña electoral sitúa la política española
en el epicentro de toda la información. Todo el mundo busca el voto del 40 por
ciento de los indecisos, y si bien nadie cree en las encuestas, todo el mundo
puede ver que el ganador será el partido socialista de Pedro Sánchez.
Por eso el líder socialista ni quiere debates ni quiere
aristas en su campaña. Sabe que ganará. Y punto. Hay que pasearse, darse
algunos baños de multitudes, decir que “somos el futuro” y que en España no
habrá ni referéndums de autodeterminación ni secesionismos.
No está tan claro
si habrá indultos cuando se conozcan las sentencias. Los silencios parecen
indicar que sí. Pero los actuales dirigentes de la Generalitat han de cambiar.
Son demasiado inflexibles, y para ello hay que convocar a los catalanes a las
urnas. Ya lo avisó el PSC en el Parlament. ¿Con quién va a pactar Pedro
Sánchez? Con quien le haga presidente del gobierno. Tendrá dos opciones: o
independentistas o Ciudadanos.
¿Y Pablo Casado? Es un dirigente muy joven y ha cometido
errores, como iniciar su precampaña escorándose hacia la extrema derecha para
no perder votos hacia Vox. La división de la derecha --culpa casi toda de
Mariano Rajoy—va a pasar factura al Partido Popular, hasta el punto de enviar a
Casado y a su partido a la oposición cuatro años. La oposición curte, no solo a
los partidos –después de tanta corrupción en el caso del PP—sino también a los
líderes que deben ser más sólidos. Si Pablo Casado pierde, no dimitirá, sino
que hará oposición en la próxima legislatura. El 28-A tendrá que buscar un
resultado que le sitúe en buen lugar de maniobra en el Congreso y en Senado.
En el caso de Albert Rivera, líder de Ciudadanos, su
situación es buena. Sabe que tarde o temprano deberá convertirse en el partido
bisagra entre la derecha y la izquierda, entre el PP y el PSOE, pero para eso
ha de tener un resultado suficiente para que pueda ejercer este papel, es decir
que pueda hacer mayoría con la derecha o con el PSOE. Es posible que lo
consiga, y si es así, objetivo cumplido. Es cierto que ha prometido cien veces
no pactar con el PSOE debido a sus devaneos con el independentismo. Pero una
vez puestas las cartas sobre la mesa, deberá decidir, y su fuerte negativa
quiere decir que venderá cara su colaboración con Pedro Sánchez..
Podemos está de baja, dicen todas las encuestas, lo que es
normal cuando un partido se divide y se vuelve a dividir, y está formado por
una suma de partidos autonómicos (Galicia, Catalunya, Valencia, Andalucía…),
todos ellos con un pie fuera y otro dentro. Su apoyo al gobierno de Sánchez --sin
que se sepa lo que ha conseguido-- así como la relación entre los dos líderes
principales, Pablo Iglesia e Irene Montero, su espléndida casa y la salida de
su gran opositor Íñigo Errejón, entre otros, hace que Podemos no sea un cartel
político apetitoso.
La incógnita de estas elecciones está en Vox, que al ser un
partido pequeño, hace que con la ley d’Hondt en la mano pueda conseguir un
número u otro bien distinto de escaños, especialmente en las provincias
pequeñas. De todas maneras, la irrupción de este partido en las Cortes
Españolas hará que la extrema derecha tenga carta de ciudadanía parlamentaria
en España, y tal vez también en Europa y en no pocos municipios. Es el
populismo de la derecha radical, lo mismo que Podemos encarna a la izquierda
radical. ¿Es un sarampión pasajero? Podemos ha reducido soufflé en las segundas
elecciones, absorbidos por el PSOE.
¿Debates? No son una cuestión de conveniencia de los
partidos, sino un derecho del pueblo español que quiere saber cómo se
confrontan los programas de los distintos partidos. Si no hay debates será una nota negra en la
democracia española.
¿Y en Catalunya? Está clara la caída de los seguidores de
Carles Puigdemont, lo cual puede llevar a una ruptura definitiva no solo entre
las fuerzas independentistas, que ya muy rotas están, sino entre los mismos
seguidores del PDeCat, lo que afectará directamente al president de la
Generalitat, Quim Torra.
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