Octubre se apaga, y con él un mes lleno de oscuridad, zozobras,
ansiedades, ilusiones quebradas. Octubre de 2017 será un Octubre Negro. Las
elecciones de diciembre decidirán si los catalanes (no Catalunya) quieren la normalidad
y la legalidad o quieren seguir en este estado de tensión y de fractura social
y económica.
El oscurantismo, la escasísima visión de futuro, la
incapacidad para gobernar desde el equilibrio y la moderación ¿tendrán futuro
de Catalunya? Lo veremos el 21 de diciembre.
Este lunes 30 Barcelona se despertaba con el signo de normalidad,
aunque todavía con la incertidumbre en el cuerpo. Hay que esperar
acontecimientos. Un anhelo común: que vuelva la normalidad y que los catalanes
puedan convivir con la paz y la tranquilidad de antaño, de siempre (quitando el
paréntesis de la guerra civil). Hoy parecía como si el independentismo se hubiera
paralizado. Se ha quedado sin voz. El gobierno destituido, con Puigdemont a la
cabeza, se ha ido a Bruselas lo que más parece una huida que otra cosa.
La manifestación del domingo en Barcelona demostró, por
segunda vez, que un gran número de catalanes no quieren una convivencia rota,
una separación de España hacia el lugar de nadie. Quieren vivir en paz y en
libertad, siendo todos iguales cualquiera que sea su apellido y su lengua y su bandera.
Quieren no volver a vivir este “Octubre Negro”.
Han sido los años de la rauxa,
de desenfreno, guiados por políticos mediocres y mentirosos, rompiendo la
convivencia en Catalunya. Hay que pasar página para que nunca más vuelva un
“Otoño Negro” como el que ahora termina.
Tardará un tiempo curar las heridas, volver a la normalidad la
convivencia, al diálogo entre familiares, entre amigos, dentro de las escuelas
(¡qué difícil será volver a la normalidad!) y dentro de las empresas. También
dentro de la Administración, Generalitat y ayuntamientos, dentro del cuerpo de
los Mossos d’Esquadra.
Se quiere a Catalunya con sus instituciones, con su lengua,
con sus costumbres, con su historia --no una historia manipulada-- y en unas
escuelas donde los niños puedan estudiar con la lengua de sus padres (esta
frase recibió muchos aplausos de los manifestantes del domingo). La escuela,
por lo tanto, hoy es un problema, no solo por su falta de calidad, sino por la
falta de respeto para con las familias.
Y en definitiva, se quiere una Catalunya donde el espíritu
emprendedor vuelva a la tierra y no se burocratice al país o se subvencionen
actividades por puro amiguismo. Que vuelvan las empresas que se han ido, porque
con ellas se van a ir los mejores talentos, los catalanes mejor preparados para
dirigir sociedades. La república catalana no iba a ninguna parte más que al
aislamiento de Europa y del mundo.
Ojalá los juristas charlatanes y malabaristas del derecho acabaran en lo
sucesivo con sus apaños legales para incumplir la ley, y ojalá los medios de
comunicación –todos—relataran los hechos al servicio a la veracidad y no al
servicio de la posverdad, o sea la mentira.
El “Octubre Negro” catalán ha puesto al descubierto varias
cosas: primero, que la bandera española existe y es defendida por centenares de
miles de catalanes, junto con la catalana; segundo, la unidad entre los
partidos constitucionalistas que parecía imposible; tercero, la elevación de
Pedro Sánchez a hombre de Estado, cuarto a la capacidad del PP de haber pactado
con los partidos constitucionalistas todas las medidas a adoptar en Catalunya
en la aplicación del artículo 155, y quinto el despertar en España y en el
mundo que el secesionismo no lleva más que al fracaso.
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