Este mes de julio se cumple el 80 aniversario de la publicación de la Carta Colectiva del Episcopado Español, que con fecha 1 de julio de 1937 fue enviada a los
obispos de todo el mundo. Esta carta no fue firmada por “todos” los obispos
españoles, ya que el Cardenal Francesc
Vidal i Barraquer, de Tarragona, y el obispo de Vitoria, Mateo Múgica, no la quisieron firmar
por su contenido demasiado elogioso hacia la parte “nacional” de la contienda,
dirigida por Francisco Franco.
No fue, como a veces erróneamente se ha dicho, la carta que
define como “cruzada” las acciones del bando franquista. Este nombre se lo
dieron otros documentos, entre ellos algunos episcopales, durante y, sobre
todo, después de la guerra civil, ya en pleno régimen franquista.
La carta fue propuesta por el cardenal Isidro Gomá, catalán,
Primado de España, quien en su redacción fue limando asperezas al léxico
utilizado con el fin de que todos los obispos la pudieran firmar. La escribió a
petición del general Franco, a fin de
que el bando “nacional” tuviera un respaldo internacional con el apoyo de la
jerarquía católica. Tuvo este efecto. El mundo se enteró de que los
republicanos del Frente Popular no eran tan demócratas como los pintaban, pues
lanzaron una feroz persecución religiosa.
La noticia hoy que nos trae a escribir estas líneas sobre
esta Carta Colectiva es una carta, que fechada
el 31 de julio del mismo año, y firmada por el Secretario de Estado, cardenal
Eugenio Pacelli –después Pío XII— pedía al cardenal Gomá que no enviara a
todos los obispos y autoridades del mundo. Ya era tarde. La Carta Colectiva,
escrita en mayo, lleva la fecha del 1 de julio y fue expedida por estas fechas,
pero no fue hecha pública hasta esperar que la recibieran los obispos de todo
el mundo. La carta del cardenal Eugenio
Pacelli no fue enviada y se quedó en los archivos del Vaticano.
Ha sido el historiador y monje benedictino del Monasterio de
Montserrat, Hilari Raguer, quien se
ha hecho con la carta aprovechando que el Vaticano ha abierto a los
investigadores los archivos de la Secretaría de Estado de esa época. Prohibir
la divulgación de aquella Carta Colectiva cuando se había envidado a todo el
mundo hubiera sido un grave asunto “de imprevisibles consecuencias”, dice
Raguer, en un artículo publicado en el diario “El País”.
Destacamos dos
párrafos de la carta:
-
Con el más
vivo interés he visto la citada Carta Colectiva apreciando los nobles
sentimientos que la han inspirado. Sin embargo, tratándose de una cosa muy
delicada que se refiere a todos los Excmos. Obispos de España, esta Secretaría
de Estado sería del parecer de que para la publicación de un documento de tanta
importancia, como es la mencionada carta, sería deseable la unanimidad de ese
Excmo. Episcopado.
-
Ya que el
Excmo. Señor Vidal y Barraquer, como Usted hace notar en su citada carta N. 88,
no estima conveniente la publicación de dicho documento, y por otra parte S. E.
Mons. Múgica y tal vez otros Obispos españoles no piensan firmarlo, la misma
Secretaría remite a la conocida prudencia de Su Eminencia que vea si no sería
del caso suspender por ahora su publicación.
De hecho la Santa Sede, dice el historiador Raguer, tardó
nueve meses en acusar recibo de la carta de los obispos españoles, la cual no
era una pastoral, sino un documento “fruto de una maniobra de propaganda” por
la que Franco buscaba una resonancia y adhesión internacionales a su causa.
Condenar el mal
“de cualquier parte que venga”
El gobierno de Burgos, sede central del gobierno militar del
general Franco durante la guerra civil, estaba elaborando un dossier, que luego
publicó, con las respuestas de todos los episcopados del mundo a la Carta
Colectiva. Quisieron editar un libro con prólogo del papa Pío XI, pero no lo consiguieron, dice Raguer, y en su lugar
firmó un prólogo el cardenal Pacelli. El
prólogo que el cardenal escribió elogiaba el documento español “por los nobles
sentimientos en que está inspirado, así como el alto sentido de justicia de
esos Excmos. Obispos en condenar absolutamente el mal, de cualquier parte que
éste venga”.
Con gran sorpresa por
parte de la Santa Sede, se suprimió
del prólogo el inciso “de cualquier parte que éste venga”. Es lo que a
veces se suele usar entre los españoles: “ser
más papistas que el Papa”. Esto provocó no pocos problemas diplomáticos.
Cuando el cardenal Pacelli fue elegido papa con el nombre de
Pío XII, éste no estaba muy de acuerdo
con lo que estaba ocurriendo en España, ya terminada la guerra civil. Él
era contrario a los totalitarismos, como documenta, entre otros, el historiador
Vicente Cárcel, de todos colores, y
sospechaba que en el régimen de Franco se les estaba infiltrando la cultura
nazi a través de la colaboración cultural con el régimen de Adolf Hitler.
El régimen de Franco quiso firmar un Concordato con la Santa
Sede, pero ésta se resistió hasta el 1953, y durante este tiempo (14 años) las
desavenencias entre el franquismo y el papado fueron evidentes si se analizan
los documentos intercambiados por ambas partes.
Recuerdo un encuentro que el cardenal Vicente Enrique y Tarancón –el cardenal de la transición
democrática española-- tuvo con periodistas acreditados en Roma donde afirmó
que las desavenencias entre Madrid y
Roma “vienen de muy lejos”, y citó el caso del ministro de Asuntos
Exteriores, el dirigente de Acción Católica Alberto Martín Artajo, cuando al ser nombrado Tarancón obispo de
Solsona a los 38 años, le dijo: “cuando
vaya a Roma hable bien de nosotros porque no nos entienden en el Vaticano”.
Era el año 1945. El papa era Pío XII.
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