Ha ocurrido lo que era previsible,
aunque de modo imprevisible: la caída de Artur Mas. Si no hubiera caído ahora,
lo hubieran hecho las urnas en marzo con unas elecciones. Ha sido una caída en
el último minuto, antes que sonara el going, en el último suspiro.
No es que Artur Mas haya
querido irse, como dice para “salvar el procés”,
pues al final han sido los de su partido quienes le han dicho que o renunciaba
(o dicho en fraseología indepe, “se echaba a un lado”) a ser reelegido o
sucumbía Convergència en unas elecciones. Artur Mas, al que hay que reconocer
su gran tenacidad y su resistencia numantina, quiso recomponer “Junts pel Sí”,
con Esquerra Republicana, ante unas futuras elecciones, incluso llegó a la
rocambolesca idea de hacer una crisis de gobierno en funciones para incorporar
a conseller de ERC. Las encuestas quemaban las manos de los dirigentes de su
partido. La CUP se mantenía en sus trece: solo hay investidura si Artur Mas se
aparta.
El calendario, obligado
por Ley, apretaba el sábado por la mañana: no había más tiempo. Las llamadas y
conversaciones con la CUP se habían agotado. Se agotó la mediación de la ANC y
Òmnium Cultural, ambas “longa manus”
de Junts pel Sí y bautizados como “sociedad civil”. Había que evitar las
elecciones. Como sea. El proyecto de Convergència se venía abajo definitivamente
con las urnas. Había que salvar los muebles. Llama Artur Mas al alcalde de
Girona, Carles Puigdemont y se le propone la presidencia. Por poco cae del
susto. No se lo esperaba y nunca se lo hubiera imaginado. Acepta. La CUP acepta
al alcalde de Girona, Carles Puigdemont, como nuevo presidente. Es la hora de
comer del sábado. Alivio. Finalmente, Artur Mas cede y se va, pero pide la
cabeza de la mitad de los diputados de la CUP que le hicieron la vida
imposible. La CUP ha cumplido,
desangrándose. La CUP cumple firmando un documento en el que entrega a JxS el
gobierno y la estabilidad parlamentaria. O eso es lo escrito.
Mas ya puede salir en TV3
y ante la prensa anunciando que él ha nombrado sucesor y ha hecho un gran
sacrificio personal y político. Pero avisa que se queda en el partido
controlando, que no se va de la política y que no descarta volverse a presentar
a las presidencia de la Generalitat. Pero “se aparte”; o sea, se va.
Deprisa y corriendo hay
que convocar la Mesa del Parlament y la Junta de Portavoces que convocará el
pleno de investidura. Carles Puigdemont, President. ¡Quién lo iba a decir! El
nombramiento será publicado en el Boletín Oficial del Estado. Termina el procés en la versión Artur Mas
¿Qué pasará ahora? Está
claro que la estrategia y el continuo tacticismo de Artur Mas y los suyos ha
fracasado. El independentismo deberá buscar otros caminos menos agresivos con
la ley, más dialogantes, a plazos más largos, pues el independentismo-express y
fuera der la ley, sin apoyo internacional alguno, no parece tener futuro.
Porque el independentismo no ha muerto, ha muerto el procés, según Artur Mas.
Algunos han dicho que
Artur Mas salió por la puerta granes. Literalmente fue así, pero los suyos le
recibieron con cara de preocupación en la puerta de la Generalitat.
¿Podrá el nuevo
presidente Puigdemont enderezarlo? Nunca segundas partes fueron buenas.
Puigdemont se ha encontrado con la presidencia de la Generalitat sin buscarla.
¿Sabrá gestionar todo ese enredo? Es un
independentista convencidísimo, pero veremos si será al mismo tiempo un gestor
con cintura. No esperamos un gobierno de largo alcance –18 meses es demasiado—si
hay que cumplir el programa pactado con la CUP. El programa ya tiene muchos detractores:
empresarios y sindicatos, buena parte importante de los medios de comunicación
catalanes, además de los “poderes fácticos” que siempre están ahí, incluso en
Barcelona. Puede que tenga incluso contrarios dentro de JxS. Todo se verá en
los próximos meses que se prevén un tanto turbulentos por las relaciones
Madrid-Barcelona.
¿Tendrá influencia en la
formación de un futuro gobierno en Madrid? Sin duda. Veremos en qué sentido, y
según cómo actúe el nuevo gobierno catalán que por mandato parlamentario está abocado
a la desobediencia de leyes y tribunales, de acuerdo con la Resolución de
desconexión aprobada por el pleno del Parlament el 9-N del 2015. De momento,
PP, PSOE y Ciudadanos ya se han conjurado por la unidad de España.
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