El éxito
del viaje del papa Francisco a Corea, un éxito esperado dada la fuerte fe de
los católicos coreanos, a pesar de que representan una pequeña parte de la
población, ha hecho pensar a muchos por qué el Papa prefiere viajar a Asia y
América antes que a Europa. La Iglesia católica no es eurocéntrica, y menos
romanocéntrica como ha dicho el mismo papa Francisco al reformar la Curia
Romana. La Iglesia católica es por definición universal, y allí donde el
mensaje evangélico es más escuchado hay una mayor atención por parte del Papa:
en Asia, en África y en América.
El Papa, que visitará
América del Norte (incluido México) el año próximo, no va a Europa, pues a
pesar de los esfuerzos de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI, el interés por
la religión en Europa no aumenta, ni en los medios de comunicación, muy
críticos con la doctrina católica, igual que las leyes de los estados, ni en la
cultura y las costumbres europeas. En los países europeos se vive en amplios
sectores de la sociedad de espaldas a Dios, si no ya contra Dios. Esto no quita
que en los últimos decenios han surgido en Europa importantes instituciones y movimientos
católicos, especialmente laicos, cuyo prestigio se expande por todo el viejo
continente y por el mundo. Es un poco el sino de Europa. Lo mismo ocurrió en los siglos XIX y XX: a mayor secularismo mayor santidad en la Iglesia.
Cierto
que el papa Francisco viajará a Albania, dentro de unas semanas, pero Albania
no es “Europa”, es un pequeño país situado al sur de los Balcanes. Durante todo
el periodo de la Guerra Fría, hasta la caída de los regímenes comunistas,
Albania era un país comunista que sin ser de obediencia soviética, era
constitucionalmente un Estado ateo, único en el mundo, establecido por el
dictador vitalicio Henver Hoxha. No pertenece a la Unión Europea, ni se lo ha
planteado, y su economía deja mucho que desear, con déficits y carencias importantes,
visto desde Europa, y con problemas étnicos y fronterizos con Serbia, Macedonia
y Kosovo.
El papa
Francisco encuentra en Corea, y en Asia, una sintonía particular en sus
habitantes, que descubren con mucho gozo la fe católica y se adhieren a ella
con facilidad. Hay países comunistas y excomunistas, como China, Vietnam,
Camboya, Laos y también Birmania, donde hay un florecimiento religioso, a pesar
los regímenes laicistas y gobiernos ateos de estos países. Este florecimiento es el resultado de lo que
sembraron hace siglos importantes santos, entre ellos no pocos jesuitas y
franciscanos como san Francisco Javier.
El papa
Francisco abriga muchas esperanzas a que China se abra sin trabas a la fe
católica. Los tiempos han madurado un poco desde que san Juan Pablo II quiso
abrir el diálogo con China, al igual que Benedicto XVI quien escribió una
vibrante y larga Carta al pueblo chino.
En los otros países asiáticos hay un sentido de religiosidad en el pueblo que
se manifiesta de modos diversos y donde está arraigando la fe católica, a veces
a precio de sangre, como en Pakistán y países islámicos. Los pueblos asiáticos,
africanos y americanos no entienden de filosofías europeas, no son relativistas, ni ateos, y en
ellos el marxismo no ha tenido una importante presencia.
Los
cardenales de la Iglesia eligieron a un Papa argentino, con ideas pastorales “sui generis”, que conecta bien con las
necesidades de la Iglesia en los momentos presentes y las necesidades de fe den
el mundo moderno. Es un Papa pastor y no teólogo como él mismo dice a menudo. San
Juan Pablo II fue el Papa de la reunificación de Europa en sus fronteras, y
consiguió que cayera la cortina de hierro que separaba las dos europas: la
occidental capitalista de la comunista. Sin embargo no consiguió erradicar el
ateísmo implícito en las sociedades donde el capitalismo había triunfado donde se
rechaza la religión. Una vez me preguntó un periodista polaco, Z. Morawski, si
sabía la diferencia entre el marxismo y el capitalismo. “El capitalismo
–dijo—es la explotación del hombre por el hombre y el comunismo es al revés”.
En otras palabras ambas son sociedades
materialistas, aunque el comunismo sea un materialismo ideológico, un
materialismo científico dialéctico e histórico que propugna la lucha de clases.
En lo que respecta al hecho religioso, tanto el capitalismo como el marxismo
postulan análogas ideas, pues ambos rechazan, de facto (el comunismo incluso lo persigue) la dimensión
trascendente del hombre, la dimensión de la fe, al tener una visión del hombre
chata, de dos dimensiones, claramente opuesta al sentido cristiano de persona.
El papa Francisco, aunque de
origen italiano, no es culturalmente europeo, sino americano del sur. Su
actividad pastoral la desarrolló siendo jesuita y obispo, en Argentina y
América del Sur. Conoce muy poco el inglés, lo que no ha sido impedimento para para
alcanzar una popularidad y un liderazgo mundiales. Ve a los europeos demasiado
ensimismados en sus cosas, con un alto bienestar que impide muchas veces vivir
desprendido de muchas “necesidades” de las que carecen la gran mayoría de los
6.000 millones de hombres sobre la Tierra, a los que en amplias zonas se les
explota.
Europa vive hoy con un
pensamiento muy individualista, egocéntrico, poco dado a la generosidad, a la
entrega hacia los demás hombres y muy materialista, consumista y
hedonista. Por eso los cardenales eligieron,
en el cónclave de 2013, a un cardenal amante de la pobreza, y lejos de Europa.
Europa vive una profunda crisis económica y de identidad. No quiere reconocer su pasado cristiano, y tampoco que Europa se
forjó sobre tres ejes fundamentales: el derecho romano, la filosofía griega y
la religión judeo-cristiana. Europa debe encontrarse a sí misma, en sus raíces
y en su historia para volver a ser lo que fue: un faro luminoso en la cima del
mundo.
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