El que ama
la verdad rechaza la mentira
El matrimonio se funda en el amor entre un hombre y una
mujer, que siendo substancial en derechos, son complementarios en atributos. “En el amor que brota del encuentro entre masculinidad y feminidad se encarna la llamada de
Dios mismo, que ha creado al hombre a su imagen y semejanza, precisamente
como ‘hombre y mujer’ “. El Papa dijo a los futuros esposos “dejad que Cristo
os hable a vuestro corazón. No huyáis de
Él. Él tiene algo importante que deciros para el futuro de vuestro amor. Sobre
todo con la gracia del Sacramento. Él
tiene algo decisivo que daros para que vuestro amor tenga la fuerza necesaria
para superar las pruebas de la existencia”.
Hay quienes reducen el
amor a experiencia pasajera o a mero goce sexual, decía san Juan Pablo II, y de
este modo “el otro”, hombre o mujer, “ya no es reconocido en su dignidad de sujeto, sino que es rebajado al
rango de objeto del que se
dispone según criterios inspirados no en
los valores, sino en el interés”. El mismo hijo, “que debería ser fruto del
amor de los padres, puede acabar sentirlo como “una cosa”, a la que se tiene el derecho de querer o de
rechazar, según el propio estado de ánimo subjetivo”. Pidió a los jóvenes ser “testigos de la verdad acerca del amor”, frente a un amor que se ha “vaciado de
contenido trascendente” en la época moderna.
Hay que plantarse ante la realidad y
pedirle a Jesús: “¿qué quieres Jesús de mí?”. La respuesta debe ser una decisión “que debéis tomar sin miedo”.
Dios os ayudará, os dará luz y fuerza. Y para quienes sigan el matrimonio el
Papa les dijo: “En la historia de la salvación, el matrimonio cristiano es un misterio de fe. La familia es un misterio de amor, al colaborar
directamente en la obra creadora de Dios. Amadísimos
jóvenes, un gran sector de la sociedad no acepta las enseñanzas de Cristo y, en
consecuencia, toma otros derroteros: el hedonismo, el divorcio, el aborto,
el control de la natalidad y los medios de contracepción. Estas formas de
entender la vida están en claro
contraste con la Ley de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Seguir fielmente a
Cristo quiere decir poner en práctica el mensaje evangélico,
que implica también la castidad, la defensa de la vida, así como la
indisolubilidad del vínculo matrimonial, que no es un mero contrato que
se pueda romper arbitrariamente”.En la Misa del Monte del Gozo: En la Iglesia se viene a servir
En la santa Misa del Monte del Gozo que al día siguiente celebró el papa Juan Pablo II recordó en su homilía la figura de Santiago Apóstol, aquél que junto su hermano Juan respondieron “¡Queremos!” cuando Jesús les peguntó si querían “beber el cáliz” que el mismo Jesús debía beber. Y envió el mensaje a los jóvenes al afirmar que el “poder” en la Iglesia está en el servicio, lo mismo que 25 años después dirá el papa Francisco en la homilía del comienzo de su pontificado.
Esta es la gran diferencia entre el poder tal como lo
entiende hoy el mundo, y el poder como es entendido en el mensaje evangélico.
Dijo el Papa: “El criterio con el que se
guía el mundo es el criterio del éxito. Tener el poder... Tener
el poder económico para hacer ver la dependencia de los demás. Tener el
poder cultural para manipular las conciencias. ¡Usar... y abusar! Tal
es el «espíritu de este mundo»”.
Y preguntó a los
jóvenes congregado en el Monte del Gozo: “¿No
venís aquí tal vez para convenceros definitivamente de que «ser grandes» quiere
decir «servir»?”
E insistió el Papa: “¿Por qué estáis aquí vosotros, jóvenes de los años noventa y del siglo
veinte? ¿No sentís también dentro de vosotros «el espíritu de este mundo»? ¿No
venís tal vez ―vuelvo a decirlo― para convenceros definitivamente de que «ser
grandes» quiere decir «servir»? Este
«servicio» no es ciertamente un mero sentimiento humanitario. Ni la comunidad
de los discípulos de Cristo es una agencia de voluntariado y de ayuda social.
Un servicio de esta índole quedaría reducido al horizonte de «espíritu de este
mundo». ¡No! Se trata de mucho más. La
radicalidad, la calidad y el destino del «servicio», al que todos somos
llamados, se encuadra en el misterio de la Redención del hombre. Porque hemos
sido criados, hemos sido llamados, hemos sido destinados, ante todo y sobre
todo, a servir a Dios, a imagen y semejanza de Cristo que, como Señor de
todo lo creado, centro del cosmos y de la historia, manifestó su realeza
mediante la obediencia hasta la muerte, habiendo sido glorificado en la
Resurrección (cf. Lumen Gentium n. 36). El reino de Dios se realiza a través de
este «servicio», que es plenitud y medida de todo servicio humano. No actúa con
el criterio de los hombres mediante el poder, la fuerza y el dinero. Nos pide a cada uno de nosotros la total
disponibilidad de seguir a Cristo, el cual «no vino a ser servido sino a
servir».
“Os invito
queridos amigos--añadió san Juan Pablo II--
a descubrir vuestra vocación real para colaborar en la difusión de este Reino
de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y
la paz. Si de veras deseáis servir a vuestros hermanos, dejad que Cristo
reine en vuestros corazones, que os ayude a discernir y crecer en el dominio de
vosotros mismos, que os fortalezca en
las virtudes, que os llene sobre todo de su caridad, que os lleve por el camino
que conduce a la «condición del hombre perfecto». Y afirmó Juan Pablo II: “¡No tengáis miedo a ser santos! ¡Esta es la libertad con la que
Cristo nos ha liberado!”.
Y suenan hasta nuestros días, ya en el Siglo XXI, 25
años después, las palabras de san Juan Pablo II: “Servir es ser hombre para los
demás”. Y dijo después: “¡Queridos jóvenes, dejaos prender por Él! Sólo Cristo
es el camino, la verdad y la vida como, en la admirable síntesis evangélica,
proclama el lema de nuestra Jornada Mundial de la Juventud”. Y lo repite la
Iglesia con su doctrina siempre actual, en estos momentos por boca del papa
Francisco en su magisterio sobre la centralidad del desprendimiento y del
servicio.
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