Han sonado a arrebato los tambores de lo políticamente incorrecto
de los defensores del Estado, de sus instituciones, de la Constitución y de la
gran obra del Rey Juan Carlos y de Adolfo Suárez, cuyo cuerpo reposa aún
caliente en la catedral de Ávila. Los corifeos de La Zarzuela han sacado sus
hachas de guerra, y han calificado de “panfleto”, “libelo”, y otras lindezas el
libro de Pilar Urbano.
No quiero
defender a Pilar Urbano y debo confesar que no he leído su libro, porque
es muy fresco. Conozco al staff de Planeta, que teniendo preparado
el libro lo ha publicado ahora porque tenía más morbo con la muerte de Adolfo
Suárez. Soy contrario a que el objetivo más importante es vender: hay otros
valores que preservar.
Escribí un
artículo tras la muerte de Adolfo Suárez, como homenaje en lo que hizo en la
primera parte de su gobernanza de España: la transición. No hablé de su caída
ni del 23-F, o mejor dicho de lo que sé del 23-F, de sus preparativos, y lo voy
a contar ahora 33 años después para ilustrar algunas cosas que los turiferarios
de turno no podrán desmentir porque lo viví yo personalmente.
Por aquellas
fechas –años 80 y 81—yo era director de la Agencia Europa Press en Catalunya.
Europa Press publicaba un boletín confidencial llamado Resumen Económico" (conocido como “chivato”) porque se
adelantaba a las noticias que iban a ocurrir en el ámbito político. José Mario
Armero era el presidente de La agencia y Antonio Herrero Losada su director. A principios
de diciembre de 1980 me encontré con una persona amiga (la fuente no se debe
revelar nunca) quien me hizo un repaso general del país y me dio una noticia.
España estaba fatal. Suárez no tomaba decisiones y parecía “depre”, el Ejército
descontento especialmente con las autonomías, ETA campaba como quería con
muertos y más muertos, los dirigentes políticos estaban a malas con Suárez, no
solo la oposición, que sería lo normal , sino los de dentro del partido que
este fundó, la Unión de Centro Democrático (UCD), que era una amalgama de
grupos y grupitos de distintas procedencias: liberales, como Garrigues Walker,
democristianos, como Óscar Alzaga y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón,
monárquicos y falangistas. La UCD era un corral de gallos de pelea.
Fue en
aquella época cuando Josep Tarradellas, que había dejado la presidencia de la
Generalitat, pedía “un golpe de timón” en España y se daba cuenta de que Suárez
ya no era el hombre para adecuado del momento. ¡Tarradellas estuvo nervioso
todo un día cuando se hablaba de su persona en Madrid para sustituir a Suárez!
A finales de 1980 existía no la sensación sino la evidencia de que Adolfo Suárez
no controlaba a su gobierno, ni a su partido, ni al Ejército, ni la economía, y
el Rey Juan Carlos decidió abandonarlo a su suerte con gran tristeza para
Suárez. La relación entre los dos fue tensa. Lo sabía todo Madrid… y media
España.
La noticia
que me dio mi fuente era para publicar en el confidencial de Europa Press.
Decía que se preparaba un cambio en España, que consistía en un Gobierno de concentración de los
principales partidos, con Alfonso Armada (para ser exactos, con un militar de
alta graduación) como presidente, que redactara una nueva Constitución, “monárquica,
por supuesto”, que significaría una democracia con mayores poderes para el
Gobierno, limando el poder de las autonomías. Me dijo la fuente que había ya un
acuerdo tácito con los Estados Unidos, con Francia y con el Vaticano, además de
con las Fuerzas Armadas españolas. De hecho la Casa Blanca reaccionó en un
primer momento con el paso cambiado cuando se enteró del golpe del 23 F, porque
sus noticias eran otras. Antonio Herrero no se atrevió a publicarla en el
confidencial. Seis meses después me dijo que la noticia “era buena”.
Tras esta
filtración, el 4 de enero de 1981, me entero que el general Alfonso Armada
despachó ocho horas con el Rey en la estación de esquí de Baqueira-Beret. ¡Ocho
horas! Algo insólito. Di la noticia por teletipo. Alfonso Armada era el general
jefe de la División de Montaña “Urgel” n. 4 de Lleida, y se dijo que “fue a
cumplimentar al Rey”, cuando Jordi Pujol estuvo menos de un cuarto de hora para
tal cumplimentación protocolaria. Yo ataba cabos. Y los até más todavía cuando
el general Armada fue nombrado Segundo Jefe de Estado Mayor del Ejército (JEME),
cargo que debía tener incuestionablemente la aprobación del Rey. Después del
23-F me dijeron que no fue “aprobación” sino una especie de “nihil obstat”, o
no oposición. Para el caso da lo mismo. Si Armada estaba a malas con el Rey
este bloquea su nombramiento como altísimo mando en las Fuerzas Armadas.
De ahí se
llegó al golpe del 23-F, en el cual estoy convencido que el Rey lo paró porque
la irrupción en el Congreso con el rocambolesco tiroteo dentro no podía más que
condenarlo de la manera más enérgica, y así lo hizo: abortó el golpe de Tejero.
¿Quién metió al teniente coronel Tejero dentro del Congreso? Hasta aquí lo
cuento. Es lo que viví como periodista (viví más cosas pero en un artículo es
imposible contarlo todo).
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