Por Salvador Aragonés
Doctor en Periodismo y Profesor emérito de
la UIC
El día 11 de marzo se cumple
el centenario del nacimiento de Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, Prelado
del Opus Dei que será beatificado en Madrid, donde había nacido, el 27 de
septiembre próximo. Fue Gran Canciller de la Universidad de Navarra. Su milagro
fue reconocido en la misma fecha en que se anunció la canonización de Juan
XXIII y de Juan Pablo II, dos grandes santos.
Álvaro del Portillo no fue un hombre, desde el punto de vista mediático,
conocido. Sí era conocido en los ambientes eclesiásticos de Roma. Fue una
persona que sirvió a la Iglesia a los papas y sobre todo al fundador del Opus
De sin hacer ruido. Siguió aquí el consejo de San Josemaría: “servir a la
Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida”.
Le conocí un día en que San Josemaría hablaba con un centenar o más de personas
en Pamplona, y dijo sin levantar la voz: “Álvaro, tendríamos que revisar tal
punto de los estatutos”. Álvaro que se encontraba a unos 25-30 metros hablando
con otras personas, respondió: “Sí, padre”. Pensé: “¿Lo habrá oído?” Y lo oyó.
Tal era su unión con el Fundador.
El día del fallecimiento de San Josemaría Escrivá, el 26 de junio de 1975, yo era
corresponsal de Europa Press en Roma. Fui a la sede central del Opus Dei para
recabar más información. Había un periodista en la sala de espera que quería
irse porque “aquí nadie nos dará información alguna, ya veréis. El Opus es todo
secreto”, comentó.
De repente apareció la figura serena de Álvaro del Portillo, que era secretario
general del Opus Dei. Nadie lo esperaba. Informó con todo detalle de cómo
transcurrió la jornada del fundador ese 26 de junio hasta el momento de su
fallecimiento. Nos sorprendió su gran serenidad. Dijo que San Josemaría había
ido por la mañana al centro que las mujeres del Opus Dei llamado Villa delle Rose, donde dijo que ellas
“tienen también alma sacerdotal” como estableció el Concilio. Nos comentó que
la Virgen le había escuchado cuando le pedía que le dejara morir “sin dar la
lata” a sus hijos, y murió repentinamente de un paro cardíaco. También destacó
Álvaro del Portillo una virtud de San Josemaría: “la humildad”: “era muy
humilde”. Luego y ante nuestra sorpresa, nos invitó a visitar el cuerpo de San
Josemaría en la hoy Basílica Prelaticia de Santa María de la Paz, “para rezar
por él”. El santo estaba revestido de ornamentos sacerdotales con una casulla
roja y tenía un rostro feliz.
Otro momento que recuerdo de Álvaro del Portillo, es una reunión que tuvo con
un grupo de hombres el 12 de septiembre de 1975 unos días antes de su elección como
primer sucesor del Fundador. Duró una hora y media. La gran mayoría éramos casados
y de diversos países aunque una buena parte eran italianos. Álvaro del
Portillo, con esa capacidad de síntesis que tenía, quiso resumir a grandes
trazos la semilla, la doctrina, que Dios, a través de San Josemaría, quiso
sembrar en el mundo: santificarse a través del trabajo y en los quehaceres de
cada día viviendo la filiación divina. A los casados dijo que “el mejor negocio
en este mundo” era la familia. Por lo tanto había que querer muchísimo a
nuestras esposas, "también con sus defectos", y a nuestros hijos. Finalmente nos recordó que siguiéramos el
ejemplo del Fundador, que tenía tres amores: Cristo, la Virgen y el Papa. Quería transmitir el espíritu del Opus Dei, “íntegro e
inalterado”. Cuando fue elegido sucesor, bajo a la cripta donde reposaba San
Josemaría dijo: “El Padre está aquí –señalando la lápida oscura—y donde hay
patrón no manda marinero”.
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