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El cardenal Ricard Maria Carles, un sacerdote bueno

Por Salvador Aragones
Doctor en Periodismo y profesor Emérito de la UIC

            El fallecimiento del cardenal Ricard María Carles i Gordó, a los 87 años de edad, me plantea la memoria de mis encuentros con él, siendo el cardenal Carles arzobispo de Barcelona.  Nadie apostaba por el cardenal Carles, nacido en Valencia, como arzobispo de Barcelona en sustitución del también cardenal Narcís Jubany, un hombre de talante nacionalista catalán que dejaba la diócesis de Barcelona con  problemas diversos dado su dimensión y la pluralidad de expresiones que existían en el clero.

            Había presiones en el Vaticano desde distintas instancias, tanto religiosas como políticas: la Generalitat que presidía Jordi Pujol mantuvo distintos contactos en Roma y con la Nunciatura de Madrid. Así como con los obispos catalanes, para que el arzobispo de Barcelona fuera un catalán o amigo de Catalunya. Recuerdo que el arzobispo y obispo de la Seu d’Urgell, Joan Martí Alanis, que era a su vez portavoz de los obispos catalanes, mantuvo algunas reuniones con distintas personalidades del mundo de la cultura, social y periodística de la ciudad condal.

            En una de estas reuniones estuve y se trató fundamentalmente del nombramiento del arzobispo de Barcelona. Y por vez primera entendí claramente que el obispo de Tortosa, Ricard Maria Carles, estaba en la terna para su nombramiento por parte del papa Juan Pablo II. El obispo Martí Alanis, persona simpática y aire popular (nacido en El Milà, Tarragona) supo “colocar” muy bien al obispo Carles, que aunque valenciano de nacimiento llevaba ya 21 años siendo obispo de una diócesis a caballo entre las Terres de l’Ebre y el norte de Castellón, con todo el Maestrazgo. La diócesis estaba tranquila, el seminario funcionaba bien y, además, como corresponde a los obispos de Tortosa, tenía concedido por el cargo el capelo cardenalicio (solo el capelo, no la dignidad), en memoria del papa holandés Adriano VI, natural de Utrecht, que había sido obispo de Tortosa.

            El cardenal Carles no había levantado titulares en la prensa y se le consideraba un hombre piadoso. El hecho de no ser catalán Jordi Pujol zanjó el tema diciendo: “pero habla y entiende el catalán, no? Entonces!”. Así fue como en marzo de 1990 el obispo de Tortosa fue trasladado a la sede arzobispal de Barcelona.

            Desde el primer momento no lo tuvo difícil. El era consciente que la gran diferencia entre las diócesis de Tortosa y Barcelona. Esta última era muy grande y problemática, por lo que inició el estudio de la partición de la archidiócesis en tres, de modo que Barcelona, como sede metropolitana, tuviera dos diócesis sufragáneas. Esta partición se llevó a cabo en el pontificado del actual cardenal Lluís Martínez Sutach, ante la sorpresa general, porque había muchas reticencias en esta división. Al mismo tiempo se nombraron los obispos de las dos nuevas diócesis, Terrassa y Sant Feliu de Llobregat.  

            Mientras tanto el papa Juan Pablo II había elevado al cardenalato al arzobispo Carles y lo nombró miembro del Consejo de  Cardenales para Asuntos Económicos y Organizativos. Al principio de su pontificado en Barcelona, el arzobispo Carles reunió en torno suyo a un equipo plural, pero con el tiempo y ante las divergencias surgidas, fue decantándose hacia posiciones más cercanas a la línea de Juan Pablo II. Algunos sectores del clero y organizaciones de base le criticaron por no ser nacionalista catalán, y tener un talante conservador. Los distintos nombramientos de obispos auxiliares y su influencia en Roma, donde era escuchada su voz para los candidatos al episcopado en Catalunya, no gustaron mucho a estos grupos y recibió muchas críticas. Un día me dijo, en su despacho, que “he sido el obispo que más obispos de Catalunya he conseguido”, tanto en la promoción de sacerdotes al episcopado como el traslado de sus obispos auxiliares a diócesis residenciales catalanas.

            Presentó su dimisión al cumplir los 75 años, como es preceptivo en el Derecho Canónico, en 2001, pero el papa Juna Pablo II, que le tenía aprecio, no se la aceptó hasta el año 2004, a los 78 años. Pudo participar en el Cónclave de cardenales que eligió a Benedicto XVI y vivió el resto de su vida retirado.

            El cardenal Carles era un gran entusiasta de las fallas valencianas, del canto –había sido solista en una coral--  al teatro y al color y a la luz del Mediterráneo, como valenciano y como persona que había vivido tan intensamente esta sensibilidad mediterránea. Era un hombre piadoso, un buen sacerdote y también un sacerdote bueno. La archidiócesis de Barcelona tal vez era muy grande para él, amante de espacios más íntimos. A pesar de las polémicas recibió una calurosa despedida en una misa en la basílica de Santa María del Mar, llena a rebosar de fieles agradecidos del trabajo realizado en Barcelona. Cardenal Ricard Maria Carles i Gordó, un sacerdote bueno, que descanse en paz en su tierra valenciana. 

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