Por Salvador Aragonés
Doctor en Periodismo y profesor Emérito de
la UIC
La isla
de Lampedusa (Italia) se ha convertido en el símbolo de la vergüenza mundial,
donde centenares de inmigrantes, si no millares, han perecido en sus aguas
intentando alcanzar la “tierra prometida”, la libertad, el bienestar, una nueva
patria donde puedan comer y vivir con un mínimo de dignidad.
Hombres
y mujeres, niños y niñas, explotados por las mafias del contrabando de seres
humanos, se lanzan al agua en maltrechas barcazas para conseguir su sueño:
vivir con mayor dignidad. Para ello pagan centenares de euros que han tenido que ahorrar en años para buscar
una mayor calidad de vida humana al otro lado del mar Mediterráneo, desafiando
vientos y tempestades, aguas del mar encrespadas, e incluso desafiando la
propia vida.
No es
Lampedusa el único punto de Europa donde ocurre este fenómeno de la inmigración
a cualquier precio. Es en todo el Mediterráneo. La alcaldesa de esta pequeña
isla que tiene sólo 20 kilómetros cuadrados, Giusi Nicolini, ha
clamado para que Italia, Europa y el mundo se den cuenta que en esa pequeña
isla es imposible albergar a tantos africanos que llegan con lo único que les
queda: la esperanza. Una vez en llegados a la isla los inmigrantes tienen que
pasar otro calvario, la mala acogida de los países adonde van, otro drama que
se añade a las penas ya pasadas antes de zarpar de tierras africanas. Giusi
Nicolini consiguió, después de mucho rogar, que las autoridades tanto de Europa
como de Italia (el presidente de la Comisión José Manuel Duaro Barroso, el
presidente de Italia Enrico Letta y la Comisario de Interior de la UE, Cecilia
Malstrom) visitaran el centro de acogida donde se encuentran hacinados los
refugiados de los naufragios. ¡No querían verlo! La gente les gritaba
“¡Vergüenza! ¡Asesinos!”. No tuvieron más opción que visitarlo.
Esto
ocurrió gracias a la energía de la alcaldesa Giusi Nicolini, pues las
autoridades querían mirar a otra parte. Todo el mundo mira a otra parte. La
inmigración ilegal como muchas otras explotaciones del hombre de hoy, no se
quieren ver, y la solidaridad humana es el único valor que no ha conseguido la
globalización, a nivel de autoridades nos referimos pues a nivel de los pueblos
la solidaridad es abundante, especialmente en los países latinos. Las
autoridades italianas y europeas fueron a Lampedusa, porque con casi 300
muertos no les quedaba otra solución, y fueron más para hacerse las foto, lo
cual es ya de por sí una vergüenza. “No sabemos dónde poner los muertos, ni
tampoco los vivos”, dijo la alcaldesa Nicolini, pero hasta ahora sus palabras
han sonado en el vacío.
A
Italia llegan especialmente inmigrantes de sus vecinos y antiguas colonias,
amén de sirios, egipcios, tunecinos y subsaharianos. Vienen de las ex colonias
Libia y Etiopía, y de sus vecinos de Kosovo, Albania, Macedonia, Bosnia
Herzegovina, y gitanos procedentes de Hungría, Bulgaria y otros países del Este. En Italia el
agravante es que la inmigración sin papeles es un delito, pero esta inmigración
no hace más que aumentar las cifras.
Lampedusa
ha abierto de nuevo, ante la opinión pública mundial, la llaga de las
diferencias en desarrollo entre el Norte y el Sur, pero los organismos internacionales
miran hacia otra parte cuando ven que sus políticas de desarrollo han fracaso y
que el Sur sigue siendo el subdesarrollo
Como
dijo el papa Francisco, el primer mandatario que visitó Lampedusa, “eso es una
vergüenza”. Y en estos momentos de la historia, sólo vemos que está el Papa de
Roma para levantar la voz y denunciar la pobreza, la injusticia de que unos
tienen mucho y mueren de colesterol, cuando una capa amplia de la población
pasa hambre, y hasta muere de hambre.
El
problema radica en una falta de conciencia social en los países ricos y en una
falta de solidaridad de los mismos hacia los países pobres. No se trata de
hacer demagogia, sino de resolver los problemas del subdesarrollo mediante
políticas que eliminen la corrupción en los países pobres, y en lugar de darles
ayudas económicas para su desarrollo, este esté basado en programas de
capacitación en la agricultura, en la pesca, en la industria y en el
tratamiento de las materias primas. No
se trata de dar dinero para que compren pescado, sino enseñarles a pescar, como
dice el viejo aforismo para el desarrollo de los países. En eso Occidente hasta
ahora ha fracasado.
Grave,
gravísima es la situación de la inmigración en la Europa del Sur procedente de
África, pero Europa no actúa de solidaria. Es una Europa dominada por los
países del Norte, que no han querido ni quieren resolver el grave conflicto
migratorio del Mediterráneo. ¿Cuánta
gente tendrá que morir todavía? A principios de los años 2000, la Comisión
Europea elaboró un estudio, cuando la economía iba bien, que señalaba que la baja
demografía entre los europeos, necesitarán más de 20 millones de trabajadores
inmigrados para cubrir las necesidades productivas y de servicios de Europa.
Ahora en plena crisis este estudio se ha quedado obsoleto, pero de todas formas
se necesita que Bruselas mire más al Mediterráneo y resuelva
los problemas de África, un continente colonizado mayoritariamente por
los europeos en el siglo pasado. No hacerlo agravará el problema y cada vez las
desigualdades entre Norte y Sur serán mayores. Ya no es sólo una cuestión de
justicia, sino que a medio y largo plazo hay que salvaguardar la paz.
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