Para finales de junio habrá noticias sobre las
gestiones que el gobierno de la Generalitat está haciendo ante el Banco de
España y los primeros contactos con el Banco Central Europeo (BCE) con el fin
de explorar la posibilidad de que el Institut Català de Finances (ICF) se
convierta en un banco público catalán, aunque sin capacidad de acuñar moneda,
lo que supone una situación extraña en Europa. ¿Quiere la Generalitat una ficha
bancaria pública? El Banco de España es reacio a una cosa de este tipo.
Artur Mas y su gobierno no tienen claro que ahora
se gaste mucha saliva y se hagan muchas gestiones para conseguir el banco
público, porque hay otras prioridades y porque el panorama financiero europeo
no está por la labor. Pero como lo firmó con Esquerra Republicana en el pacto
para la gobernabilidad de Catalunya, tiene que hacer los gestos necesarios para
sacar adelante este acuerdo que figura en tercer lugar, tras la consulta por el
Derecho a Decidir y la Hacienda propia para Catalunya. Además el banco público
catalán sería en el futuro una herramienta más en la construcción del Estat
Català.
Cabe preguntarse: ¿Es necesario un banco público
catalán ahora? La posición de Esquerra Republicana, siempre partidaria de la
presencia de lo público en todos los sectores básicos de la sociedad frente a
lo privado (bancos, medios de comunicación, enseñanza, sanidad, transportes,
etc.), quiere articular en torno a la figura del ICF una herramienta financiera
a favor de la economía catalana, en especial para las pequeñas y medianas
empresas. Ya lo presentó el diputado de ERC Pere Aragonès en la pasada legislatura,
pero la disolución del Parlament hizo decaer su proposición y ahora la recupera.
Esquerra, y concretamente Oriol Junqueras, después de las palabras poco
entusiastas a favor de un banco catalán de Artur Mas hace dos semanas, ha
vuelto a insistir que este banco es prioritario y así figura en los acuerdos
CiU-ERC.
¿Por qué un banco pública catalán ahora? Para
Esquerra Republicana este banco haría fluir el crédito a las pequeñas y
medianas empresas que ahora la gran banca no lo facilita. Esto dicho así suena
bien, pero ¿de dónde sacará el dinero? El dinero no puede salir de las arcas
públicas catalanas, porqué están agotadas, con fuertes endeudamientos y
debiendo recurrir al FLA, a los fondos de liquidez autonómica del Estado.
Por otro lado, en un país tan pequeño como
Catalunya, la existencia de un banco público se presta a clientelismos,
amiguismos políticos y en definitiva poca profesionalidad. La Sindicatura de Comptes cuestionó
el pasado mes de abril al ICF por los 84 millones inyectados en la compañía
aérea Spanair que cerró, y criticó que había créditos que se daban sin un
dictamen favorable, y analizó las operaciones con Filmax y con la gestora GVC-Gaesco,
donde al parecer prevalecieron criterios más políticos que profesionales. En la
época de las mayorías absolutas de CiU se habían dado también casos polémicos
en la concesión de créditos. Ya sabemos que nadie es perfecto y que todo el
mundo puede equivocarse.
Actualmente el ICF tiene créditos, avales y apoyos a otros créditos a
empresas y entidades, parfa el sector industrial y agropecuario, por valor de
algo más de 813.000 millones, una cifra modesta si hablamos del sector
crediticio. Si, como se pretende, la cifra aumenta de manera importante, los
créditos y avales serán superiores, y si el ICF no los recupera ¿quién pagará
los platos rotos? El erario catalán, claro.
Estamos saliendo de la gran crisis de las cajas de ahorro, unas cajas que
deben su triste final a una gestión politizada en las distintas autonomías, con
consejos de administración donde había más políticos que técnicos y que se han
hundido por falta de profesionalidad al conceder créditos sin demasiada
garantía y muchas veces llevando a cabo financiaciones faraónicas como el caso
de Castilla La Mancha, por citar solo un un ejemplo. En otras ocasiones se confundió lo público con
lo privado, saliendo los dirigentes con los bolsillos bien llenos, a pesar de
que desde su origen las cajas tenían que realizar un servicio social,
concediendo a los pequeños ahorradores y empresarios créditos a cómodos
intereses frente a los abultados intereses de la banca privada. Eran las cajas
una banca de proximidad, sin afán de lucro, y cuyos beneficios se repartían en
la cercana comunidad en la que vivían. Cuando se descapitalizaron se apoyaron
en vender a sus clientes las famosas “preferentes” y ahora su saneamiento ha
costado al Estado decenas de miles de millones de euros.
Desde
el punto de visto técnico y legal,transformar el Institut Català de
Finances en un banco público catalán no es demasiado complejo, pues
haría falta una ley que lo aprobara el Congreso de los Diputados (lo cual es
hoy por hoy impensable) o la autorización del Banco de España, lo cual es hoy
por hoy poco probable que lo conceda.
En España ya existen entidades públicas de crédito, como son las cooperativas, los bancos, las cajas de ahorro (ya apenas quedan) y el Instituto de Crédito Oficial (ICO), así como otras instituciones crediticias, pero no existe ningún banco público perteneciente a una comunidad autónoma ¿imitarían las otras CC.AA. a tener un banco público? Es un problema. Los tres diputados de las CUP van mucho más allá y piden que haya una fusión entre Catalunya/Caixa y el Institut Català de Finances. ¡Esa sí que es gorda!
En España ya existen entidades públicas de crédito, como son las cooperativas, los bancos, las cajas de ahorro (ya apenas quedan) y el Instituto de Crédito Oficial (ICO), así como otras instituciones crediticias, pero no existe ningún banco público perteneciente a una comunidad autónoma ¿imitarían las otras CC.AA. a tener un banco público? Es un problema. Los tres diputados de las CUP van mucho más allá y piden que haya una fusión entre Catalunya/Caixa y el Institut Català de Finances. ¡Esa sí que es gorda!
Por los motivos expuestos anteriormente pensamos que ahora no es el momento
de plantear un banco público en Catalunya, pues con el escaso dinero que
circula no se pueden hacer muchos malabares, ya que al final las cifras deben
cuadrar, y cuadrar bien, sin arquitecturas financieras o malabarismos políticos.
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