La propuesta de una consulta
soberanista que propuso el actual presidente de la Generalitat, Artur Mas,
sigue caminos tortuosos, y encuentra dificultades no sólo ya en Madrid, en el
régimen constitucional español, sino también en el ámbito internacional
–especialmente el europeo—y hasta en las propias filas de la coalición Convergència
i Unió, y dentro del propio Govern.
Tanto es
así, que el propio president de la Generalitat ha tenido que llamar la atención
a los consellers de su gobierno que guarden sus opiniones personales sobre la
hoja de ruta y la estrategia a seguir por la consulta soberanista. Esta
situación se ha producido a raíz de la distensión o deshielo en las relaciones
entre el Govern de Catalunya y el gobierno central que ha conseguido
desbloquear hasta el momento temas como algunas infraestructuras importantes, seguir
recibiendo financiación del Estado para cubrir los compromisos de deuda
catalana, abrir cauces para mejorar al alza el límite del déficit del 0,7 por
ciento previsto para este año, y tal vez el desbloqueo de los presupuestos
autonómicos del 2013 todavía pendientes de ser presentados al Parlament, entre
otras cuestiones.
A esto hay
que añadir que hasta el momento la respuesta internacional que ha tenido la
apuesta catalana por la independencia ha tenido un eco desfavorable, tanto en
las instituciones comunitarias como en el marco del mundo occidental, quitando tal vez alguna
simpatía por parte de los Estados Unidos. Conviene destacar que el secretario
general de la Federación Convergència i Unió, Josep Antoni Duran Lleida, que no
es un independentista y es el líder de Unió, tiene amplios contactos
internacionales. El último encuentro con el presidente del Consejo de la Unión
Europea, el flamenco Herman Van Rampuy, democristiano al igual que Duran Lleida,
puso de relieve las grandes dificultades que existen para que Catalunya sea
independiente dentro de la Unión Europea. La “internacionalización” del proceso
soberanista ha encontrado muchas más trabas de las previstas, lo que implica
que este proceso tiene bastante de improvisación. Hasta ahora Artur Mas se ha
reunido con los líderes de otras regiones europeas que reclaman la
independencia, como Escocia y Flandes, al tiempo que pide al gobierno español
que reconozca a Kosovo.
Por su
parte, el gobierno central ha colocado alfombras en las relaciones con el
gobierno catalán con el fin de reducir la tensión existente hasta hace pocas
semanas. La “realpolitik” se ha impuesto a otros factores, tanto por Barcelona
como por Madrid.
Esta
“realpolitik” ha tenido no solo gestos, sino contenido, como el ofrecimiento de
una financiación autonómica asimétrica en España: no odas las comunidades
autónomas tienen que tener el mismo sistema y tal vez ni siquiera el mismo
déficit. Rajoy ha tenido que conceder entrevistas privadas, lejos de fotos y
declaraciones, con Artur Mas y con Íñigo Urkullu, lehendakari del País Vasco.
Con estas reuniones, cuyo secretismo ha criticado la prensa, como es natural,
se ha buscado la eficacia y tal vez han comenzado los primeros pasos para la
reforma del Estado español, que –según palabras del Rey—le falta “encaje”.
Para la
reforma del Estado queda por ver el papel de la Monarquía, cuya reconocida
crisis es patente, pero que tiene mucho que decir en el “encaje” de las
distintas piezas del Estado, o mejor dicho de la creación de una arquitectura
jurídico-política nueva o reformada que elimine las deficiencias del estado
actual, que van desde la aprobación de una Ley Orgánica sobre la monarquía –parece
que ya se está en ello—hasta qué hacer con el Tribunal Constitucional; cómo
eliminar muchos servicios y empresas públicas inútiles, a veces duplicados, que
tienen las distintas administraciones (local, autonómica y estatal); la
reorganización del funcionamiento de los órganos de gobierno y control del
Poder Judicial, y qué “status” se puede dar a Catalunya y al País Vasco dentro
de un Estado moderno que responda a sus aspiraciones históricas, entre otras
reformas. Para todo ello el papel moderador de la Corona es insustituible, con
el Rey o con su sucesor.
La agenda
exterior de Rajoy
Mientras
tanto el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se dedica con profusión a su
agenda internacional. En relación al objeto de este artículo, es decir a los
nacionalismos y secesionismos catalanes y vascos, ahí está la reciente
audiencia que le concedió el papa Francisco en Roma. En el comunicado oficial –no
fue una audiencia privada—se señala que “también se ha hablado (entre el Papa y
el presidente Rajoy) de la situación político-institucional actual del país,
reconociendo la necesidad de diálogo entre todos los componentes de la sociedad
basado en el respeto mutuo y que tenga en cuenta valores como la justicia y la
solidaridad en la búsqueda del bien común”. Es decir que la Santa Sede apuesta
decididamente por el “diálogo” respetuoso. De ahí se deduce que los obispos
españoles deberán tomar nota de la posición del Vaticano, y esto vale para toda
la conferencia episcopal, para los obispos catalanes, vascos y el resto de las
diócesis.
Esto quiere
decir que hay aspiraciones de los pueblos vasco y catalán que no pueden
ignorarse, como también que el nacionalismo no llegue a posiciones maximalistas
y de confrontación. En un mundo globalizado en el que Europa manifiesta una
crisis de identidad clara y un cansancio histórico, así como el final de los
valores de la socialdemocracia que creó el estado del bienestar, los
enfrentamientos entre los pueblos no son lo más recomendable como praxis
política. El nacionalismo, surgido también de una globalización excesiva, no
puede tener como raíz el enfrentamiento entre los pueblos, como método para la
defensa de los valores e identidad propios. Juan Pablo II (Vid. “Memoria e Identidad”, 2005, págs. 87-88)
para evitar los nacionalismos extremos prefería hablar de “patriotismo”, de
amor a la propia tierra, a la propia nación, a los propios valores que se han
transmitido por las familias de generación en generación, “reconociendo también
a todas las otras naciones los mismos derechos que reclama para la propia”.
Familia, nación y patria, dijo, son “realidades insustituibles” y el patriotismo
es “una forma de amor social ordenado”.
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