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Tras las elecciones del 22-M Empiezan a caer tabúes

Por Salvador Aragonés Periodista y profesor de la UIC

Todos los diarios de España han utilizado un verbo común en su titular de primera página, como si hubiera sido una consigna: “arrollar”. Se podrá decir que el lenguaje político es pobre, que en las noches electorales hay unos “tickets” lingüísticos acrisolados, pero lo cierto es que ha sido el verbo utilizado en los diarios de Madrid, de Barcelona y de prácticamente todas las provincias, repito, como si de una consigna se tratara. La verdad es que una victoria tan arrolladora habría que buscarla en las generales de 1982, con un Felipe González que tuvio que reconstruir un país maltrecho por una transición que se llevó por delante a quienes tuvieron que gobernarla (especialmente la UCD) y de ellos nunca más se supo.

No ocurre lo mismo con la España del 2011, pues el socialismo tiene más cuerda que UCD, al fin y al cabo la UCD fue un partido montado para hacer la transición política de la dictadura a la democracia, y se desmontó cuando terminó el “evento”, como en las ferias. El socialismo es distinto. No nació como un “evento”, sino que tiene más de 100 años de histora. Pero todo partido que quiere continuar figurando en los mapas electorales debe evolucionar con la historia.

Como escribí en un artículo hace dos meses, el socialismo tiene miedo a la libertad y por eso necesita poner estructuras y contraestructuras, comisiones de control y toda clase de barreras para que la libertad no se desmadre, ni en lo personal (libertad de expresión y pensamiento, en especial en el terreno religioso) ni en lo colectivo (miedo a la economía de mercado). Por eso el socialismo de matriz decimonónica, aunque evolucionado en el Siglo XX, necesita un cambio radical de discurso, un cambio que significa abrir las puertas a la libertad, a que circule el aire fresco de la sociedad, sin miedo a perder referencias de un pasado que no volverá (me refiero al marxismo). La caída del Muro de Berlín no significó solamente el hundimiento del “socialismo real” como llamaban al comunismo, no. Significó un pasar página a una filosofía basada en el control de la sociedad, el control de las voluntades individuales y la economía, en la falta de libertad.

Por esta razón se equivocaron los diseñadores de campañas que decían: “Si viene la derecha viene el fascismo, el hambre, la eliminación de derechos igualitarios…” La ciudadanía no lo ha percibido así. Es decir que es un tabú que ha caído por el propio peso de la historia. De la misma manera que ha caído un modelo de socialismo más cercano a la Segunda República, muy radicalizado en materia religiosa, como si la religión fuera el “opio del pueblo” y en materia de libertad económica, lo que implica en materia laboral, y dejar hablar a los mercados en lugar de amordazarlos. Era una izquierda instalada en una especie de búnker indestructible y que cruzaría con facilidad los vientos de la historia. No ha sido así.

En Catalunya, por otro lado, han caído otros tabúes. Es cierto que Convergència i Unió ha ganado las elecciones, pero con relación a las anteriores elecciones ha aumentado 55.000 votos, alcanzando los 778.000, con lo que ha recuperado su electorado tradicional que había ido a ERC. Pero es que el PSC ha perdido más de 200.000 votos, ERC cerca de 80.000 e ICV ha perdido 16.000 votos. El PSC ha sido el gran perdedor, ha perdido su electorado más tradicional ubicado en las comarcas de mayor inmigración y en las ciudades grandes ¿A dónde ha ido el voto que ha perdido el PSC? Es fácil adivinarlo: ha ido a parar, en mayor medida, al PP que ha aumentado 88.000 votos y a PXC, Plataforma per Catalunya, que ha aumentado casi 5.000 votos. Los votos de ERC han ido dispersándose: unos han ido al radical CUP, los moderados han vuelto a CiU de donde habían salido y los demás se han dispersado entre formaciones independentistas en diversos municipios. Los otros han ido a engrosar los votos en blanco (que han sido casi 120.000 con un aumento del 1 por ciento sobre el 2007) o la abstención.

Puesto blanco sobre negro, aparece muy claro que en Catalunya ha habido un avance hacia posiciones más conservadoras o más de derechas, una derecha que ha recibido un refrendo global y aplastante en la sociedad española, y que tendrá que demostrar cómo administra esta confianza que le ha depositado el pueblo. No ha ganado por lo tanto el independentismo ni el soberanismo, ni el izquierdismo de cuño viejo (no me gusta decir casposo, por ser demasiado peyorativo), ni los planteamientos utópicos de los jóvenes de la Puerta del Sol. Ha ganado más pragmatismo basado en la renovación de ideas y personas.

Lo más preocupante de todo es que la derecha se queda sin alternativa por el momento, mientras el socialismo no rehaga su discurso, recambie sus líderes y vaya más o menos hacia una refundación. En otras palabras, mientras que la derecha se ha adaptado bien a la democracia, el socialismo no ha sabido adaptarse a una democracia del Siglo XXI, ante una Europa en decadencia que para enderezarla deberá hacer mucho sacrificios y recortes a su “wellfare state”, estado del bienestar, si no quiere morir ahogada de deudas y colonizada económicamente por las potencias emergentes, entre ellas China, como ocurre en estos momentos. ¿Alguien cree que China presta su dinero a Estados Unidos, a España y otros países, por solidaridad? A lo mejor lo creen los que acampan en la Puerta del Sol o en la Plaça de Catalunya, pero todos sabemos que nadie presta nada gratis o a bajo interés.

Para decirlo en otras palabras. En Catalunya asistimos a un derrumbe del socialismo, de un socialismo demasiado obrerista e ideologizado más propio del pasado y que se ha demostrado que no resuelve los problemas sino que los agrava. La economía no funciona a golpe de eslóganes derecha-izquierda, sino por medidas que deben ser acertadas no solo para mejorar el empleo y las inversiones, sino también en lo social. El cambio, que es de mentalidad, de método y de base ideológica, no puede hacerse en dos días, ni en dos años, sino que hay que pasar por una travesía más o menos desértica y encontrar el discurso adecuado para la sociedad moderna. Un discurso, insisto, no basado en las utopías sociales y económicas, ni siquiera laicistas que han supuesto la creación de nuevos dogmas, sino en realidades, empezando por la realidad antropológica del hombre, un hombre que necesita hoy y siempre libertad y un rumbo claro: una ética de la vida basada en la verdad y no en la mentira.
Salvador Aragonés

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