Hace unas semanas dijimos que el socialismo, el español, el catalán y una parte del europeo, necesitan una “perestroika” un cambio de rumbo radical, y desengancharse de su pasado histórico e ideológico. Esto no lo pueden hacer los dirigentes de ahora, demasiado anclados e imbuidos por las viejas teorías y las viejas praxis, tanto en el análisis como en el ejercicio del poder. El partido socialista, especialmente el español, es el partido político que menos ha evolucionado, que menos ha progresado, para ponerse al paso de los tiempos, a la altura de los requerimientos de la sociedad del siglo XXI.
La miopía o inmovilismo del socialismo español hay que encontrarla en el socialismo internacional. No hace falta recordar que ilustres miembros de la Internacional Socialista han sido –al menos hasta febrero de este año 2012-- el presidente de Túnez, Zin el Abidin Ben Alí, era miembro de la Internacional Socialista, y el presidente de Egipcio, Hosni Mubarak (ambos derrocados por una revuelta pacífica de todo el pueblo que clamaba contra la tiranía). También están el presidente de Libia, Muammar al-Gadafi (Líder de la “Gran República Árabe Libia Popular y Socialista”); el presidente de Siria, Bashar al-Assad (líder “Partido Ba´ath Árabe Socialista”), el presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, y otros mandatarios asiáticos, africanos y algún latinoamericano que hacen muy difícil, si no imposible, su defensa de los valores democráticos que practican o han practicado desde el poder.
La Internacional socialista, al aceptar a un miembro de la misma, no se basa en criterios de si el candidato o partido promueve los valores de la libertad y la democracia (la participación del pueblo en las decisiones del país), sino en otros valores, por ejemplo de cómo entiende la titularidad de la propiedad, considerada al servicio del pueblo y por tanto un servicio público, entre otros conceptos. También se elogia la posición religiosa: de Assad se dice que es “un socialista auténticamente laico”. Nadie dice que es un dictador en la “casa grande” del socialismo internacional. Y me pregunto, ¿qué aportarán al socialismo internacional los representantes de estos regímenes autócratas y dictatoriales? Lo que queda claro es que para tener “pedigrí” socialista no es necesario ser o practicar la democracia.
La marcha del socialismo hacia la democracia
El socialismo, desde sus orígenes marxistas y leninistas, ha ido evolucionando hacia fórmulas más democráticas, menos autoritarias y más favorables a la libertad del hombre, especialmente en el terreno económico. No ha sido –ni es— fácil esta evolución cuando se parte de bases ideológicas cerradas, incapaces de tener un concepto antropológico del hombre como un ser libre, pues el socialismo tradicional lo ha visto como un ser alienado, ya sea por la religión, ya sea por las ideologías político-económicas de la libertad de empresa, ya sea por la inmersión del hombre en un contexto socio-cultural considerado de “sumisión” en lugar de “liberación”. El hombre sólo alcanzará la libertad total, como veía el socialismo, a través de la lucha de clases, la propiedad colectiva y colectivizada y la erradicación de Dios en la mente de las personas.
Con el paso de las décadas, y sobre todo con la evolución de la sociedad hacia formas más justas --aunque no del todo-- de distribución de la riqueza, hacia una secularización o la desaparición del concepto religioso en el hombre a causa del individualismo, del relativismo filosófico y moral y de un concepto de libertad sin fronteras de ningún tipo, el socialismo se ha ido descafeinando recayendo hacia fórmulas que a veces hasta compiten con la derecha económica.
Sin embargo, este socialismo no ha evolucionado lo suficiente en el concepto antropológico del hombre. El socialismo sigue considerando al hombre un ser que tiene necesidad de ser tutelado, de ser amaestrado. El hombre es un ser con insuficiente capacidad para tomar las decisiones más justas en su ámbito personal y también en el colectivo, porque tiene el “virus” de la alienación histórica y no conoce al hombre nuevo que quiere forjar el socialismo. Por otro lado, el socialismo tiene un complejo de inferioridad con relación al Poder del Dinero, al poder del capital o del capitalismo, de ahí la necesidad de un mayor control de los resortes sociales que libremente están o surgen en los pueblos.
Las razones del exceso de gasto público
Es por estas razones, aunque no las únicas, por las que cuando gobierna el socialismo, necesita un mayor control del hombre y de la sociedad civil, porque no cree –antropológicamente—en el hombre en cuanto ser libre. El hombre, según el socialismo, es incapaz de organizarse los servicios básicos, y por eso el socialismo cree que han de ser “públicos”, es decir controlados por el aparato del Estado o de la administración. Lo mismo ocurre con la sanidad y la enseñanza y el urbanismo y tantos otros servicios. De este modo necesita crear organismos, impuestos, instituciones, reglamentos y aparatos de control.
En esta línea, el crecimiento del gasto público es directamente proporcional a la merma de libertad de la persona y de la sociedad. La necesidad de controlar los organismos intermedios, forma parte también de una necesidad de la ideología socialista. La sociedad civil es buena en la medida que participa del criterio de “sector público” que tiene el socialismo, es decir que traba de acuerdo o en colaboración con lo público. Así, por ejemplo, no es concebible que un aeropuerto o los transportes, solo por ser servicios fundamentales para el ciudadano, no pueden funcionar al margen del sector público, o sea al margen de las clases dirigentes de la sociedad que son las que realmente “velan” por el bien común del hombre.
Trasladados estos razonamientos en el plano económico, tenemos un Estado o una administración pública engordada, muy cara, una sociedad muy reglamentada, y un hombre con menos capacidad de decisión, con menor soberanía personal sobre sus propias decisiones, incluso las más directamente familiares. Esta situación impide el flujo libre del mercado, crea gastos muchas veces inútiles y en no pocos casos dificultan la actividad económica.
De todo esto se han empezado a dar cuenta los dirigentes socialistas, y hasta de los mismos sindicatos mal llamados “de clase”. Ya no es el PSOE el “partido de los trabajadores”, en una sociedad donde el trabajo es un bien escaso y apreciado, y donde “los trabajadores” –asalariados-- superan el 90 por ciento de la población activa y ya no se identifican con el concepto de “proletariado” o “clase obrera”, porque en la sociedad actual una gran parte de la actividad laboral está en el sector servicios, y no en los sectores primario o secundario como fue en los principios del socialismo. Hoy los trabajadores de los sectores primario y secundario son inmigrantes.
De esto se han dado cuenta los socialistas de base, las organizaciones más cercanas a la gente, y también las organizaciones sindicales de base. Pero los ideólogos siguen manejando conceptos más anclados en el pasado.
La libertad religiosa
Vivimos en una sociedad donde lo más apreciado para el hombre moderno es su libertad, al tiempo que rechaza “controladores” de esa libertad. También ocurre así con la libertad religiosa, que es un derecho fundamental de la persona humana, proclamado a los cauro vientos por todos los partidarios de las libertad democráticas fundamentales.
En el aspecto religioso el socialismo que cree que debe “liberar al hombre de Dios”, lo que parece que encaja poco con la mentalidad de hoy, donde el relativismo y el individualismo consumista generados por el capitalismo han hecho más estragos en las religiones que el ateísmo militante de cuño obrerista.
Por ello, pienso que el socialismo del siglo XXI no debe presentarse ya en sus planteamientos tradicionales, antes al contrario, el socialismo debería presentarse como el gran defensor de la libertad, y de una antropología del hombre que tuviera en cuenta no la libertad, como derecho soberano, frente al colectivismo, sino que considerara también la libertad religiosa como una gran conquista del hombre moderno. Esta libertad religiosa contribuirá mucho en luchar contra los fundamentalismos religiosos del signo que sean. No puede el socialismo dejar la libertad religiosa sólo en manos de la derecha, porque así es como se fomentan núcleos de resistencia fundamentalistas, y porque dejar a la derecha sola en la defensa de la libertad religiosa, puede acabar convirtiendo a las religiones como instrumentos de sus aparatos políticos y de poder.
Salvador Aragonés
La miopía o inmovilismo del socialismo español hay que encontrarla en el socialismo internacional. No hace falta recordar que ilustres miembros de la Internacional Socialista han sido –al menos hasta febrero de este año 2012-- el presidente de Túnez, Zin el Abidin Ben Alí, era miembro de la Internacional Socialista, y el presidente de Egipcio, Hosni Mubarak (ambos derrocados por una revuelta pacífica de todo el pueblo que clamaba contra la tiranía). También están el presidente de Libia, Muammar al-Gadafi (Líder de la “Gran República Árabe Libia Popular y Socialista”); el presidente de Siria, Bashar al-Assad (líder “Partido Ba´ath Árabe Socialista”), el presidente de Argelia, Abdelaziz Buteflika, y otros mandatarios asiáticos, africanos y algún latinoamericano que hacen muy difícil, si no imposible, su defensa de los valores democráticos que practican o han practicado desde el poder.
La Internacional socialista, al aceptar a un miembro de la misma, no se basa en criterios de si el candidato o partido promueve los valores de la libertad y la democracia (la participación del pueblo en las decisiones del país), sino en otros valores, por ejemplo de cómo entiende la titularidad de la propiedad, considerada al servicio del pueblo y por tanto un servicio público, entre otros conceptos. También se elogia la posición religiosa: de Assad se dice que es “un socialista auténticamente laico”. Nadie dice que es un dictador en la “casa grande” del socialismo internacional. Y me pregunto, ¿qué aportarán al socialismo internacional los representantes de estos regímenes autócratas y dictatoriales? Lo que queda claro es que para tener “pedigrí” socialista no es necesario ser o practicar la democracia.
La marcha del socialismo hacia la democracia
El socialismo, desde sus orígenes marxistas y leninistas, ha ido evolucionando hacia fórmulas más democráticas, menos autoritarias y más favorables a la libertad del hombre, especialmente en el terreno económico. No ha sido –ni es— fácil esta evolución cuando se parte de bases ideológicas cerradas, incapaces de tener un concepto antropológico del hombre como un ser libre, pues el socialismo tradicional lo ha visto como un ser alienado, ya sea por la religión, ya sea por las ideologías político-económicas de la libertad de empresa, ya sea por la inmersión del hombre en un contexto socio-cultural considerado de “sumisión” en lugar de “liberación”. El hombre sólo alcanzará la libertad total, como veía el socialismo, a través de la lucha de clases, la propiedad colectiva y colectivizada y la erradicación de Dios en la mente de las personas.
Con el paso de las décadas, y sobre todo con la evolución de la sociedad hacia formas más justas --aunque no del todo-- de distribución de la riqueza, hacia una secularización o la desaparición del concepto religioso en el hombre a causa del individualismo, del relativismo filosófico y moral y de un concepto de libertad sin fronteras de ningún tipo, el socialismo se ha ido descafeinando recayendo hacia fórmulas que a veces hasta compiten con la derecha económica.
Sin embargo, este socialismo no ha evolucionado lo suficiente en el concepto antropológico del hombre. El socialismo sigue considerando al hombre un ser que tiene necesidad de ser tutelado, de ser amaestrado. El hombre es un ser con insuficiente capacidad para tomar las decisiones más justas en su ámbito personal y también en el colectivo, porque tiene el “virus” de la alienación histórica y no conoce al hombre nuevo que quiere forjar el socialismo. Por otro lado, el socialismo tiene un complejo de inferioridad con relación al Poder del Dinero, al poder del capital o del capitalismo, de ahí la necesidad de un mayor control de los resortes sociales que libremente están o surgen en los pueblos.
Las razones del exceso de gasto público
Es por estas razones, aunque no las únicas, por las que cuando gobierna el socialismo, necesita un mayor control del hombre y de la sociedad civil, porque no cree –antropológicamente—en el hombre en cuanto ser libre. El hombre, según el socialismo, es incapaz de organizarse los servicios básicos, y por eso el socialismo cree que han de ser “públicos”, es decir controlados por el aparato del Estado o de la administración. Lo mismo ocurre con la sanidad y la enseñanza y el urbanismo y tantos otros servicios. De este modo necesita crear organismos, impuestos, instituciones, reglamentos y aparatos de control.
En esta línea, el crecimiento del gasto público es directamente proporcional a la merma de libertad de la persona y de la sociedad. La necesidad de controlar los organismos intermedios, forma parte también de una necesidad de la ideología socialista. La sociedad civil es buena en la medida que participa del criterio de “sector público” que tiene el socialismo, es decir que traba de acuerdo o en colaboración con lo público. Así, por ejemplo, no es concebible que un aeropuerto o los transportes, solo por ser servicios fundamentales para el ciudadano, no pueden funcionar al margen del sector público, o sea al margen de las clases dirigentes de la sociedad que son las que realmente “velan” por el bien común del hombre.
Trasladados estos razonamientos en el plano económico, tenemos un Estado o una administración pública engordada, muy cara, una sociedad muy reglamentada, y un hombre con menos capacidad de decisión, con menor soberanía personal sobre sus propias decisiones, incluso las más directamente familiares. Esta situación impide el flujo libre del mercado, crea gastos muchas veces inútiles y en no pocos casos dificultan la actividad económica.
De todo esto se han empezado a dar cuenta los dirigentes socialistas, y hasta de los mismos sindicatos mal llamados “de clase”. Ya no es el PSOE el “partido de los trabajadores”, en una sociedad donde el trabajo es un bien escaso y apreciado, y donde “los trabajadores” –asalariados-- superan el 90 por ciento de la población activa y ya no se identifican con el concepto de “proletariado” o “clase obrera”, porque en la sociedad actual una gran parte de la actividad laboral está en el sector servicios, y no en los sectores primario o secundario como fue en los principios del socialismo. Hoy los trabajadores de los sectores primario y secundario son inmigrantes.
De esto se han dado cuenta los socialistas de base, las organizaciones más cercanas a la gente, y también las organizaciones sindicales de base. Pero los ideólogos siguen manejando conceptos más anclados en el pasado.
La libertad religiosa
Vivimos en una sociedad donde lo más apreciado para el hombre moderno es su libertad, al tiempo que rechaza “controladores” de esa libertad. También ocurre así con la libertad religiosa, que es un derecho fundamental de la persona humana, proclamado a los cauro vientos por todos los partidarios de las libertad democráticas fundamentales.
En el aspecto religioso el socialismo que cree que debe “liberar al hombre de Dios”, lo que parece que encaja poco con la mentalidad de hoy, donde el relativismo y el individualismo consumista generados por el capitalismo han hecho más estragos en las religiones que el ateísmo militante de cuño obrerista.
Por ello, pienso que el socialismo del siglo XXI no debe presentarse ya en sus planteamientos tradicionales, antes al contrario, el socialismo debería presentarse como el gran defensor de la libertad, y de una antropología del hombre que tuviera en cuenta no la libertad, como derecho soberano, frente al colectivismo, sino que considerara también la libertad religiosa como una gran conquista del hombre moderno. Esta libertad religiosa contribuirá mucho en luchar contra los fundamentalismos religiosos del signo que sean. No puede el socialismo dejar la libertad religiosa sólo en manos de la derecha, porque así es como se fomentan núcleos de resistencia fundamentalistas, y porque dejar a la derecha sola en la defensa de la libertad religiosa, puede acabar convirtiendo a las religiones como instrumentos de sus aparatos políticos y de poder.
Salvador Aragonés
Comentarios
Publicar un comentario