El pasado mes de octubre se cumplieron los 100 años del nacimiento del papa
Juan Pablo I, Albino Luciani, más conocido como “el papa de la sonrisa”. Hoy
han pasado más de 30 años del fallecimiento de este papa y puede analizarse con
más perspectiva el significado de este breve pontífice en la historia.
El año 1978 fue un año
crucial en la historia de la Iglesia del siglo XX. En este año se da por
terminado el periodo en el que los partidos comunistas del occidente democrático,
en contra de lo que querían los ideólogos de la Unión Soviética, buscaban el
diálogo y la colaboración con los partidos de centro, dentro del llamado
eurocomunismo (comunismo a la europea), liderado por el PCI (Partido Comunista
Italiano) que dirigía Enrico Berlinguer.
El
eurocomunismo se hundió con el asesinato del político italiano Aldo Moro, obra
del grupo terrorista Brigadas Rojas en mayo de 1978. Moro había preparado con
Berlinguer una colaboración entre demócrata-cristianos y comunistas, y fue
secuestrado el día de la votación del primer gobierno apoyado por los
comunistas. Este asesinato fue atribuido indirectamente a los servicios
secretos de la Unión Soviética. Pablo VI, que durante su pontificado se
distinguió por su diálogo entre la Santa Sede y los países comunistas en la
llamada Ostpolitik del Vaticano, presidió los funerales por el alma Aldo Moro,
su íntimo amigo, en la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán.
En el ámbito
internacional, Margaret Thatcher ganó sus primeras elecciones en 1975 y Ronald
Reagan, candidato Republicano, ganó las elecciones presidenciales de Estados
Unidos de 1980, un año después de ser elegido Juan Pablo II. Por su parte, la Unión Soviética, era cada vez
más fuerte en el mundo, tras la derrota norteamericana en Vietnam, las
victorias en los conflictos de Angola y Mazambique, el éxito del comunismo en
América Latina, donde triunfaba la teología de la liberación con una fuerte
presencia en la India, en el Oriente Medio, en África y con posibilidades de
tener un papel importante con la caída de las dictaduras mediterráneas de
Grecia, Portugal y España. Mientras tanto, el comunismo en Italia casi
consiguió llegar al poder en las elecciones de 1975.
Hechos clave
Pablo VI fallece el 6 de
agosto de 1978, el papa de clausuró el Concilio Vaticano II, que fue abierto en 1962 por Juan
XXIII. Por eso, cuando fue elegido papa el cardenal Albino Luciani, tomo el
nombre compuesto de Juan y Pablo, porque era –se suponía—el primer papa del
post Concilio. Pero tras su corta duración (33 días) los cardenales eligieron a
un papa que debía llevar a la Iglesia al tercer milenio, como así fue, y eligió
el nombre de Juan Pablo II, dando sentido de continuidad a la misión que los
cardenales otorgaron al papa Luciani.
El papa Juan Pablo I, fue
un papa imprescindible para la Iglesia, pues sin este breve papado hubiera sido
muy difícil que los cardenales eligieran un papa no italiano, y más aún, un
papa que procedía de un país comunista, como Polonia.
Hasta ahora, con Pablo VI,
que gobernó la Iglesia durante 15 años, muchos fieles habían visto a un papa
apesadumbrado, que no pudo impedir la aprobación del divorcio en Italia, ni el
cisma del Catecismo Holandés o la separación de Lefébvre, ni tantas
desafecciones de sacerdotes, religiosas y religiosos, que llegó a decir que “el
humo de Satanás ha entrado por algunas grietas del Vaticano”. Y llegó el “papa
de la sonrisa”.
Juan Pablo I quedó tan
sorprendido por ser elegido el 26 de agosto, y lo contó con espontánea
sinceridad al día siguiente a los fieles congregados en la plaza de San Pedro: “ayer
cuando fui a votar junto con los otros cardenales, nunca hubieras imaginado que
me elegirían a mí”, dijo. Comentaba a sus colaboradores más cercanos, que sería
un papa que duraría poco tiempo. Cuando le hablaban de preparar viajes o
discursos, decía: “ya lo hará el próximo papa”. Esta fue la expresión, cuenta
su secretario Mons. John Magee, que utilizó cuando le dijeron que debía
preparar el encuentro con los obispos de América Latina en la localidad de
Puebla en México, el mes de marzo de 1979, donde debía de pronunciarse sobre la
teología de la liberación.
Juan Pablo I, tal vez
consciente de su escaso conocimiento de la Curia Romana, la primera decisión
que tomó, dos días después de ser elegido, fue confirmar a todos los cargos de
la Curia. Los altos cargos del Vaticano estaban contentos, y así lo explicitó
en varias ocasiones el cardenal francés, Jean-Marie Villot, que era el
Secretario de Estado, o sea el “número dos” del Vaticano.
Apenas iniciado su
pontificado, tras la misa de toma de posesión de su cargo, el domingo 4 de
septiembre, Juan Pablo I recibió al día siguiente al metropolita de San
Petersburgo (entonces Leningrado), Boris Rotov Nikodim. Mons. Nikodim, que
llevaba más de un mes en Roma, era un extraño personaje. Era el número dos del
patriarcado de Moscú y al mismo tiempo miembro del KGB, los servicios secretos
de la Unión Soviética, que utilizaba el nombre de “Adamant” para este prelado
ortodoxo. En la audiencia del día 5, Nikodim le dijo al papa Luciani algo sobre
el ecumenismo que gustó mucho al papa. Un minuto después Nikodim caía a los
pies del nuevo papa, fulminado por un ataque cardiaco. Juan Pablo I pasó dos
noches sin dormir, pensando qué podría significar esta muerte, según contó a
sus más allegados. Con Nikodim fallecía tal vez el prelado ortodoxo más
inteligente (tenía 49 años en 1978) y estaba decidido a llevar a la Iglesia
Católica en la órbita de la política exterior soviética. Con la pérdida de
Nikodim, la Unión Soviética perdió a su más grande embajador ante las
religiones.
¿Quién habla de asesinato con Juan Pablo I?
Nadie podía predecir la brevedad del pontificado del papa Luciani. Al papa Juan Pablo I se le veía públicamente contento, aunque nunca se le vio como el papa que debía hacer frente a la crisis de la Iglesia, surgida de un Concilio, y la del mundo con una profunda crisis de valores separado este por dos grandes bloques y en permanente guerra fría entre sí. Se comentó de fuente muy cercana que el nuevo papa vivía agobiado por tantos papeles y documentos que debía leer y escribir, sobre todo leer. Tanto es así que una vez, ante un montón de papeles, se le preguntó qué le preocupaba al papa y si quería una máquina de escribir (los ordenadores entonces no estaban en el mercado), y respondió: “Lo que necesito es una máquina de leer”.
Juan Pablo I terminó sus días en la Tierra el 28 de septiembre de año 1978 cuando no había cumplido los 66 años. Mucho se ha especulado sobre esta muerte, aunque con poco fundamento. Los hechos ocurrieron la noche del 27 al 28 de septiembre. El papa se acostó la noche del 27 sin que aparentara ningún problema de salud. A las cuatro y media de la mañana, la religiosa que le atendía, sor Vicenza –y que había venido de Venecia, pues llevaba ya muchos años con el cardenal Luciani--, le dejó la taza de café como todos los días. Era Juan Pablo I un gran madrugador, auqnue iba a dormir hacia las 10:00. Cuando volvió después de las cinco, y al ver que el papa no se había levantado, llamó, abrió la puerta y encontró al papa sin vida con papeles encima de su cama. Llamó al secretario del papa, el irlandés Mons. John Magee, quien había sido ya secretario de Pablo VI, y constató lo que le dijo la religiosa italiana. Avisó al médico doctor Renato Buzzetti y al cardenal Secretario de Estado, Jean Villot. El médico del Vaticano, que sustituía al doctor Fontana estos días, certificó la defunción de Juan Pablo I por “infarto de miocardio agudo” y cifró la muerte hacia las once de la noche del día anterior. A las siete y media, la Sala de Prensa del Vaticano emitió un largo comunicado en el que destacaba la causa del fallecimiento, pero que omitió que quien encontró al papa sin vida fue la religiosa que le atendía y sólo citó al prelado irlandés. Esta falta de información, como suele ocurrir, desató rumores, hasta el punto que –especialmente entre periodistas anglosajones muy afectos al sensacionalismo—se levantó la especie que el papa habría sido asesinado.
Para disipar dudas sobre un supuesto asesinato de Juan Pablo I aireado por periodistas anglosajones, el papa Juan Pablo II mantuvo en su secretaría a John Magee quien posteriormente fue el Maestro de Ceremonias del papa en sustitución de Mons. Virgilio Noé. Juan Pablo II nunca halló nada extraño. Algunos periodistas y también algún prelado, pidieron la autopsia, pero de todas formas no hubiera disipado el morbo de los periodistas anglosajones. Personalmente he leído bastante sobre lo escrito de la muerte del appa Luciani, y he constatado que hay muchos errores y confusiones de personas, cargos, fechas y datos concretos. Por lo tanto yo sigo con la versión que recogí cuando cubrí en Roma, como corresponsal, la muerte de Juan Pablo I y el posterior Cónclave, su muerte natural por un infarto. No se pueden escribir libros por despecho o por sensacionalismo utilizando el dicho italiano “se non è vero è ben trovato”. Hay algún autor, como John Cornwell, que fue ex seminarista después “convertido” al ateísmo y que buscaba a toda costa tener el “tema del siglo”, con pocos escrúpulos. Viendo sus fuentes muy escasas y de muy poco peso (en el Vaticano no se le hizo caso lo que mucho molestó al periodista), deja de tener valor una afirmación de asesinato. El periodista, como queriendo afrreglar las cosas, años después tuvo que concluir que el papa Juan Pablo I murió de muerte natural, aunque no de un infarto.
La elección de Wojtyla
Si el cardenal Albino Luciani encontró el consenso de los cardenales en su persona para suceder a Pablo VI, en el siguiente Cónclave, que se abrió el 14 de octubre, los cardenales no encontraron consenso para elegir a un papa italiano, y así fue elegido el cardenal polaco, Karol Wojtila, hombre prudente, de gran prestigio y con una fortaleza interior fuera de todas dudas: tenía 56 años y era el papa número 254 y el primero no italiano tras 456 años (como dato curioso, el anterior papa no italiano fue Adriano VI, obispo de Tortosa). Juan Pablo I fue elegido el día de la festividad de la virgen polaca de Czestochowa. ¿Una premonición?
Con Juan Pablo II se iniciaron los cambios que llevaron a la caída del comunismo, tanto en Europa oriental como en los países occidentales. Tuvo lugar la caída del Muro de Berlín en 1989 y el hundimiento del imperio soviético, que se desmoronó como un castillo de naipes. La influencia del papa Wojtyla fue fundamental como reconoció el que fue presidente de la URSS Mijail Gorbachov en diversos escritos, entre ellos sus “Memorias”. Hoy muchos están de acuerdo en señalar que sin el breve paso del papa Luciani por la sede de Pedro, no hubiera sido posible la elección de Wojtyla.
Gràcies, Salvador. M'ha encantat aquest article: clar i sincer.
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